El trágico final de Emely Peguero nos convoca a la reflexión sobre el tipo de sociedad en la que estamos viviendo, una en que la sensibilidad humana se torna cada vez más ausente y crece la tendencia a la solución fatal de impasses que pudieran encontrar salidas civilizadas.
Lo primero que tenemos que superar para evitar a la familia dominicana la repetición de frustraciones y sufrimientos tan desconsoladores, es disminuir la altísima tasa de embarazos de niñas y adolescentes que desde hace mucho tiempo nos mantiene en un quinto lugar en la región entre los países donde ese flagelo conserva la mayor incidencia.
El Estado dominicano concentra dos terceras partes del presupuesto destinado a atenciones médicas a dos capítulos que con las políticas adecuadas deberían tener un impacto controlable: 2,100 millones a los embarazos de adolescentes y 3,000 millones a las atenciones de extranjeros ilegales.En el primer caso las políticas preventivas saldrían 33 veces menos lesivas.
Los embarazos de las adolescentes son altos riesgos porque no están preparadas ni física ni emocionalmente para el parto, por lo que sus vidas y las de las criaturas se colocan en peligro de muerte, y, en los casos más afortunados, concluye el parto con un niño de muy bajo peso al nacer y otras complicaciones de salud.
Las iglesias deben revisar la resistencia que han mantenido para impedir que la educación sexual incluya la distribución de preservativos, alegando que sería una especie de exhortación para adelantar la edad para el inicio de una vida sexual activa.
Lo ideal es que el sexto se llegue la madurez necesaria para disfrutarlo con responsabilidad, pero por más que las iglesias y las propias familias insistan en orientar sobre el particular, lo real es que el mensaje entra por un oído y sale por otro, en un entorno cultural en el que la música popular entre niños y adolescentes promueve el sexo, la violencia, el alcohol y el consumo de drogas.
Las metas de reducción de pobreza y de criminalidad, serán siempre efímeras con niños creciendo a la buena de Dios, sin padres que puedan transmitir sentido de familia y valores, y con unas fronteras por la que se permite que la miseria del país vecino venga a engrosar la pobreza del país.
Si no se acepta la distribución en las escuelas, que se acepte en las denominadas farmacias del pueblo tengan disponibles preservativos y otros anticonceptivos.
Lo otro es poner claro en la conciencia de nuestros estudiantes que no tienen mejor oportunidad de vida, que las que brinda la educación, y tratar de frenar un temprano desborde en las expectativas de vida que mueve a querer alcanzar en edades temprana, los beneficios materiales que se acumulan con la formación, el tiempo y la experiencia.
Es evidente que si unos padres consienten la formalización de unas relaciones amorosas a una niña con apenas 12 años de edad, lo hiecieron esperanzados en que fuera una vía para que la hija superara el círculo de la pobreza, tal vez sin medir el peligroso choque a que la exponían con los pruritos sociales de una pequeña burguesía arribista, que en tal relación focalizaría retroceso.
Pero consumada la fatalidad, hay un elemento que no puede fallar: el de la justicia, si esta no se torna ejemplarizadora imponiendo los castigos de rigor, se estimula la repetición de crímenes similares, como resultados de la impunidad.