En esa etapa en la que se tiene una venda en los ojos, cuando se es chiquitín, nuestras madres o padres nos llevan al lugar más oportuno en interés de que comencemos a abrir nuestros sentidos para el porvenir en un lugar muy especial como es la escuela.
Allí nos van moldeando mientras saltamos de escalón en escalón, pasando de la niñez a la adultez, nos forman en una profesión y tomamos el rumbo de nuestras vidas. Esto se lo debemos a nuestros padres y al maestro.
Al maestro se le debe tanto aprecio y respecto como a nuestros progenitores. Iniciar la lectura primaria requiere dedicación y paciencia del maestro o maestra, hasta que arrancamos en fa.
Así, de escalón en escalón, nos convertimos en profesionales y asumimos nuestro destino con una “deuda” que no tiene precio y que nos lleva por siempre a recordar a nuestros progenitores y al maestro con cariño.
Cuando se vive toda la vida de la profesión que se logró realizar gracias al empuje antes citado, el único modo de pagarlo es el agradecimiento por siempre a nuestros progenitores y al maestro.
En el caso de maestro (o maestra), la faena con el alumno no termina en la escuela. Usualmente este profesor lleva material a la casa para corregir lo que está bien y lo que se debe mejorar.
Quiérase o no, esta persona que nos enseña a leer y a escribir y nos va moldeando de manera vertical tiene una pesada responsabilidad.
Y pensar que a veces estos educadores son olvidados por parte de algunos que se encuentran en la cima y les ven como uno más. ¡Qué pena!
¿Quién no recuerda a sus maestros en el tránsito desde la primaria hasta la universidad? Muy difícil olvidar a quienes te forjaron en el conocimiento que es de por vida.
Con los maestros y maestras no se debe romper el plato y luego pretender ensalzarlos, porque son quienes más han incididos en nuestra formación.
Tratemos al maestro con cariño por todo lo que nos enseñó desde la infancia hasta la adultez para convertirnos en profesionales en las respectivas áreas que cada quien eligió.