Se acerca el momento en el que, otra vez más, la ineficacia, ceguera, falta de visión de futuro, y sobre todo la falta de sentimiento democrático de los sucesivos Gobiernos de España durante siglos, ponen a todos y cada uno de los ciudadanos del actual Estado español contra la espada y la pared.
Un problema como el de Catalunya, que se debiera haber resuelto hace años entorno a una mesa de debate y diálogo político, se ha convertido por obra y gracia de un presidente del Gobierno como es Mariano Rajoy, en un problema, que lleva visos de hacer saltar el Estado en mil pedazos, de la peor forma posibles, dividiendo a los ciudadanos. Es en estos momentos en los que más falta hace la política y democracia.
Observo con verdadero estupor, vergüenza y temor, como se mancilla la libertad, la democracia y las libertades individuales, en pos de unos intereses partidistas, muy alejados de las necesidades de las personas. Unos intereses de unos pocos políticos de la derecha española que, aunque por algunos momentos hubiese parecido que salían de las cavernas para integrarse en la vida democrática, han podido más que la democracia y la libertad que debieran garantizar.
Unos políticos caciquiles, como siempre, como en los últimos siglos, que amparados en la defensa de unas leyes que ya no satisfacen las necesidades democráticas de las personas, utilizando a jueces y fiscales en su único beneficio, y lo que es aún más grave, otra vez usando a la Guardia Civil en contra de los civiles a los que debe proteger y garantizar sus derechos, intentan tapar la voluntad democrática de todo un pueblo como el catalán, pacífico y democrático, que lo único que exige es decidir por sí mismo qué relación mantiene con el resto del Estado español con el más que democrático uso de las urnas.
Todo esto me recuerda aquellas películas en blanco y negro en la que, en los casinos, los caciques conspiraban con jueces y los mandos de la Guardia Civil, como eliminar a todo aquel pobre desgraciado que osase en ser molesto para sus intereses. Poner a todo un pueblo, a un Estado en el brete de tener que decidir entre obedecer unas leyes en las que ya no se cree por injustas, o el libre uso de las urnas como instrumento democrático; un Gobierno que renuncia a su ejercicio de la política y deposita el peso de la misma en los jueces, es ya en sí, lo suficiente grave como para que hubiese dimitido todo el Gobierno y que otros, más democráticos y generosos dieran solución política al problema.
Al Gobierno del PP se la ha olvidado que las leyes que dicen defender manan del pueblo, de las urnas, de esas urnas por las que demuestran tanto desprecio. Que la Leyes se dictan en el Parlamento que emanan de las mismas, y que los jueces tienen, en efecto, la obligación de hacerlas cumplir. Por ello, y es mi más que mi humilde opinión, cuando las aspiraciones democráticas expresadas por una gran parte de un pueblo como en este caso el catalán, entra en conflicto con las leyes vigentes, la obligación del Estado, de la democracia y del derecho, no está en prohibir o reprimir dichas aspiraciones, sino en revisar la vigencia de las mismas por si ha llegado el momento de cambiarlas para que continúen siendo útiles.
Por ello, si el Estado es incapaz de dar respuesta democrática al reclamo de parte del pueblo, si lo único que hace es reprimirlo en nombre de unas leyes que impiden en uso de las mismas, sin enviamos a jueces y a la Guardia Civil en contra del pueblo, se estará convirtiendo unas leyes, en principio democráticas, en leyes injustas que se usan en contra del pueblo de las que manan, y por tanto en leyes tiranas en manos de tiranos. Es en este caso en el que todas las legislaciones democráticas, léase como ejemplo las de los Estados Unidos o la de la República Francesa, la que permite y exigen a los ciudadanos desobedecerlas y derogarlas.
En este dilema, en este de este desastre, en este horror, es en que nos ha metido a todos el Gobierno de Mariano Rajoy con su actitud caciquil de casino, y nula capacidad política y de dialogo.
Pedro Ignacio Altamirano
@altamiranoMLG