Juan Manuel Ávila, de nacionalidad venezolana, quien vive en República Dominicana y se gana su comida desempeñándose como motoconchista, se apareció con un bizcocho y flores en una plaza comercial de Santo Domingo, establecimiento donde trabaja su novia, para de rodillas pedirle matrimonio.
En caso se viralizó de inmediato en las redes sociales, medios impresos, radio, televisión y programas interactivos. Es un hecho que a muchos dejó boquiabiertos, aunque se trata de una oferta matrimonial vieja que se ha dado en otras ocasiones, en escenarios diferentes (discotecas, avenidas, parques de deportes) y no tuvieron igual relevancia.
Juan Manuel cayó en la gracia de los internautas y tal vez, sin proponérselo, logró cautivar al público nacional e internacional. Los regalos le llovieron: muebles, compra por un año, maquillaje, bizcocho, salón en Santiago para la boda fijada para el 20 de diciembre, un canal de televisión de la capital le ofreció el escenario, con maquillaje incluido, para que la ceremonia se haga allí; alguien prometió gestionarle la residencia migratoria en el país, una universidad les donará becas de estudios, un cineasta prometió grabarles de manera gratuita el enlace nupcial, mientras hoteles turísticos de renombre ponían los resorts a su disposición.
Naturalmente, esos aportes representan para los “donantes solidarios” una gran oportunidad para publicitarse. Con sólo mencionar sus nombres, estos donantes ya le están sacando provecho a Juan Manuel, independientemente de sus buenos deseos.
Como era de suponerse, este caso ha suscitado comentarios benignos y solidarios, también dañinos, de parte de decenas de ciudadanos. Incluso, ya han surgido otras declaraciones matrimoniales posteriores a la de Juan Manuel, con la agravante de que no han sido proyectadas en las redes sociales. ¿Cuestión de suerte o circunstancia?
Algunos amigos opinan que “la vagancia mental” de muchos dominicanos, que viven navegando en las redes, contribuyó a que el joven venezolano se convierta hoy en un personaje motivador para futuras declaratorias amorosas. Hay que respetar el parecer de cada quien, pues el derecho a cuestionar es libre.
Sin embargo, algunos ciudadanos no tienen la suerte de encontrarse a un samaritano, que no sea el Estado dominicano, que lo ayude a vivir con dignidad. El 4 de agosto, 2017, Bellanira Mora Mateo imploraba por un trabajo para subsistir y a la fecha, que tenga conocimiento, nadie ha respondido a esa solicitud.
La mujer, de 44 años de edad, padece diabetes, presión arterial alta, tiroides y tiene un mioma uterino de 32mg que le provoca un gran abultamiento en su abdomen. A esto se suman los problemas de salud que también padecen sus dos hijos de 18 y 20 años, que tienen problemas mentales y uno tuberculosis además de estar embarazada. Numerosos casos como este invaden a diario los medios de comunicación y son ignorados.
Mejor suerte tuvo la señora Maximina Mercado, residente en Los Mameyes, que el 15 de septiembre solicitó una nevera y estufa para vender comida y sustentar a hija con parálisis cerebral. En menos de 24 horas, dos tiendas comerciales le donaron los ajuares requeridos. Buen gesto.
Con el desastre dejado por el huracán Irma en varias comunidades dominicanas, que destruyó viviendas, siembras a punto de cosechar y otras pertenencias de gran valía, muchas manos benefactoras se ofrecieron para socorrer a los afectados donando comestibles, ropa, artículos de higiene y otras ayudas.
Evidentemente, las redes sociales también jugaron su papel en estas desgracias. Son excelentes herramientas para hacer llegar los reclamos a los actores políticos y empresariales del país. Valorémoslas.
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