‘‘He notado que tus actividades en las redes han reducido’’ y con actividades se refería mayormente a mis desahogos, tanto en artículos como en opiniones cortas.
Me surge la pregunta de por qué, por qué quien hace unos meses tenía el espíritu lleno de lucha, dispuesta a emitir cualquier opinión en función de generar un cambio, de llevar a las personas a la reflexión, termina entrando en estado de apatía… y fue eso, un estado de total apatía.
Estamos tan acostumbrados al bombardeo mediático a través de las redes sociales que nos hemos vuelto ociosos ante el ejercicio del pensamiento y la reflexión. Sin embargo, quienes notan que el fácil acceso a la información tiene sus pro y sus contra, pueden llegar a crear ese momento de crisis y de intentar no entrar en la dinámica del entretenimiento continuo, que sumándolo el diario vivir, vuelven los días, meses y años tiempos fugaces, que pasan en el escándalo del momento, y con escandalo no me refiero a farándula – aunque existen aquellos y aquellas que dedican sus días a seguir solo la farándula – sino el acontecimiento local o internacional que ocupe el momento.
Parte de esta reflexión es entender que los acontecimientos – en su mayoría trágicos – no adquieren carácter de duración, es decir, su duración, desde mi perspectiva personal, es efímera, y por tanto no permite que quienes son receptores de esta información puedan crear un accionar real ante los eventos, que trascienda de ponerse un filtro en la foto de perfil de Facebook.
El estado de derecho brinda, en las sociedades ‘‘desarrolladas’’, espacio para la movilización cívica. Ejemplo de esto es la situación actual en España donde los catalanes luchan por el derecho al referéndum sobre su independencia, y en lo que se descubre en que termina este ‘‘rebú’’, la gente tiene la libertad de manifestarse en las calles en reclamo de lo que consideran sus derechos. Aun así, este espacio de movilización no se da en todos los países que lo ‘‘permiten’’ de manera óptima. Ejemplo de esto es República Dominicana, donde en los últimos meses han surgido movilizaciones, de las cuales las demandas son de cierta forma ignoradas por quienes ejercen el poder.
Entonces, ¿qué tiene que ver haber tomado un break de las redes sociales, con el bombardeo de información, con el estado de derecho? Para mí, todo. La inconformidad cívica surge en muchos casos en función a corrientes de pensamiento que llevan a los ciudadanos y las ciudadanas a tomar acción en torno a las injusticias, y aunque existen un montón de cosas más que se consideran ‘‘opio del pueblo’’, también puede ser considerado el uso (o abuso) de redes sociales como opio del pueblo.
A ver si me explico, estas herramientas han permitido crear un mundo interconectado, donde se puede saber lo que sucede a lo largo de los cinco continentes en tiempo real… kudos! ¿Pero que puede crear eso en nuestras mentes? Indiferencia. Esto surge incluso de manera involuntaria, porque nos podemos enterar en un mismo día de tres feminicidios, el que sigue de una catástrofe natural, el siguiente de asesinatos impulsados por corrientes religiosas, unas horas después de violaciones, y al otro día el colapso de algún sistema económico.
Me saturé. Llegué a crear incluso de crear un término que definía en eso que no me quería convertir: una Facebook warrior. Alguien que solo persigue sus luchas en redes sociales, y en su diario vivir, pues nada… le da satisfacción el simple hecho de opinar en todo por vanagloriarse y recibir los bombos que vienen de quienes a los cinco minutos habrán también olvidado ese último estado en que comentó.
¿Pero por qué vuelvo? ¿Por qué no me retiro? Es que desde dónde más podría luchar si esa desconexión conlleva también el volverse ocioso y aún más apático. Sin ánimo de ser extremista, llegué a una conclusión simple y llana: el balance. El balance de no olvidar que uno de los mecanismos más fuertes para el pensamiento humano es la literatura, y que el medio moderno para compartir esas reflexiones, que podrían llevar al accionar cívico de las poblaciones, son las redes sociales.
El balance que se crea al entender que dejar de creer es dejar de luchar.