Desde el poder históricamente se han fraguado inmensas maldades creadas por la enfermiza mente del hombre.
La insaciable voracidad de quererlo todo para sí ha chocado de frente con una realidad social donde un puñado de influyentes tiene el mundo en sus manos, incluyendo el aire contaminado que respiramos.
Eso se aprecia en República Dominicana como en cualquier otra nación, incluida las denominadas de primer mundo a diferencia de que en éstas últimas las instituciones son respetadas al igual que el estado de derecho.
Hay funcionarios que creen que las posiciones que ocupan serán para siempre y exhiben un comportamiento caracterizado por la prepotencia, indiferencia, altanería y complejo de superioridad.
Esa negativa actuación contrasta considerablemente con la humildad que aparentan tener cuando están en la oposición o simplemente en “olla”.
Pero al asumir el carguito miran a los demás por encima de los hombros, humillan al personal que encontraron en la dependencia que ahora dirigen, y comienzan a “inventarse” nuevas funciones en una supuesta reingeniería interna dizque para ser más eficiente.
En el país se ha abusado del poder intensamente al extremo de que en los últimos años en muchas instituciones gubernamentales la Ley número 41-08 de Función Pública del 16 de enero del 2008 y de la Ley Orgánica de Administración Pública No. 247-12 han sido violadas y lanzadas al zafacón.
Esas normativas legales dirigidas a adecentar y dignificar el ejercicio del servidor de Carrera Administrativa ya no sirvan para nada porque lo que se ha hecho es adaptarlas a las conveniencias actuales y pisotear olímpicamente la continuidad del Estado.
Ello ha afectado inclusive a profesionales con maestrías en universidades extranjeras para colocar en su lugar a un personal sin experiencia y de escasa formación académica.
La gran pregunta: ¿para qué sirve el Ministerio de Administración Pública que por varios años dirige el señor Ramón Ventura Camejo?
¿Por qué no asume su legítima responsabilidad frente a los servidores públicos que han sido injustamente cancelados en distintas dependencias del Gobierno?
La maldad se revierte
En la vida pagamos por nuestras bellaquerías y aquellas perversidades utilizadas desde el poder con frecuencia nos dejan un severo ACV o un infarto fulminante.
En definitiva, el ser humano no nació para ser malo pero su ego y capacidad de destruir hasta el núcleo familiar lo estando alejando de las más elementales normas de convivencia, armonización y solidaridad humana.
La caída del todopoderoso e imbatible Imperio Romano fue la señal más clara de que en este mundo todo tiene su fin, incluyendo por supuesto, nuestra partida al descanso eterno.
El síndrome del maquiavelismo en las cabezas del liderato político parece algo inseparable en el pragmatismo de gobernar a juzgar por la prolongada y exitosa vigencia de uno de los pensadores más imitado en la historia de la humanidad.
Su obra ha gravitado no tan solo en los ámbitos políticos, económicos y diplomáticos sino por igual en la vida cotidiana ha tenido aplicación.
Hasta en los propios hogares con frecuencia se aplica la teoría del célebre autor italiano, cuya impronta ha marcado a generaciones alrededor del planeta y ha inspirado un infinito mar de ideas la mayoría de ellas con visión perversa hacia la humanidad.
Me atrevo a afirmar que tanto Nicolás Maquiavelo como el Diablo, que según el cristianismo es un ser sobrenatural maligno y tentador de la maldad entre los seres humanos, seguirán teniendo vigencia mientras el accionar de la gente esté orientado a dividir, dañar, perturbar y destruir.
Somos frágiles, ¿Por qué seguir siendo perversos?
Por el lado de la compasión, el amor, la comprensión y la justicia está Jesucristo, quien prefirió ser crucificado en la cruz para salvar y liberar a la especie humana.
Un tercer escenario está representado por la naturaleza cuya implacable fuerza sigue avasallando y destruyendo lo que el hombre construye con sacrificios a través de los años.
Los casos de los huracanes Gordon; Pauline, Georges, Mitrch, Jeanne, Katrina, Stan, Félix, Manuel, Irma y María y diversos terremotos y volcanes destructivos alrededor del planeta son ejemplos concretos de nuestras fragilidades.
El hombre arriba a la luna por primera vez aquél memorable 3 de febrero del 1966 cuando la nave espacial rusa “Luna 9” logra fijar “suavemente” el primer alunizaje constituyéndose en un formidable acontecimiento científico.
Esa misión aportó innumerables datos a la ingeniera espacial y fue el punto de partida para sucesivas indagatorias no tan solo relacionado a la órbita lunar, sino por igual a importantes avances científicos-tecnológicos.
Entonces se inicia un espacio de esperanza de construcción de un mundo donde las buenas acciones estuvieran dirigidas a fomentar el desarrollo de la civilización, ya sea a través de las investigaciones científicas y exploraciones así como del acceso a nuevos conocimientos.
Posteriormente a los científicos rusos, en 1969 a bordo del Apolo 11, los astronautas estadounidenses Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins pisan por vez primera el suelo lunar en forma estacionaria.
¿En qué han servido esas proezas científicas para cambiar el curso de la historia en un mundo tan desigual e injusto?
La política es una ciencia social de proporciones inimaginables y si fuera aplicada por el hombre con sentido justo, sin corrupción del dinero público y orientada a fomentar el desarrollo humano estaríamos ante una sociedad con menos pobres y mendigos esparcidos por doquier.
Los grandes líderes políticos no son aquellos que cargan con el dinero del contribuyente sino los que se interesan en servir a su patria trabajando intensamente para que los desamparados de la fortuna tengan derecho a sonreír y vivir como seres humanos.
Articulo de Manuel Díaz Aponte
Domingo, 01 de octubre del 2017