Estados Unidos es el foco principal de las muertes por uso de armas de fuego en situación de paz, pero no tiene la exclusividad en el pálpito estresante que acompaña la movilidad de las personas por cualquier rincón del globo terráqueo.
En poco tiempo ha vivido las mayores masacres por disparos individuales de armas de fuego que haya conocido la humanidad: la discoteca de concurrentes homosexuales en Orlando, junio 2016, con 50 muertes; y la matanza reciente en Las Vegas, con 59 fallecimientos.
La del teatro Bataclan, en París, noviembre del 2015, fue una tragedia mayor, 89 muertos, pero fue una actuación colectiva, como tampoco la de La Rambla, en Barcelona, agosto 2017, con 17 asesinatos.
Entre esos hechos hay que referir el atentado que produjo en Times Square un dominicano que embistió con su vehículo a una multitud que paseaba por la acera, provocando la muerte de una dama en la flor de la juventud.
En el caso de los Estados Unidos es poco lo que se puede hacer por ley para regular el tema porque la posesión de armas de fuego es un derecho constitucionalizado desde los orígenes de esa nación por varias razones, siendo la más poderosa la preservación de la democracia, que pasaba por evitar que el Estado conservara el monopolio de la fuerza, lo que aprovechado por un autócrata podría dar paso a una dictadura.
Hay que recordar que las colonias se establecieron en territorios que pertenecían a tribus indígenas que contraatacaban con frecuencia en vano intento por hacer valer su precedencia, pero además el país se había independizado de una potencia que en una coyuntura se le hubiese antojado la recuperación de su territorio.
El arma de fuego es tan estadounidense como el idioma o la bandera de esa país y ni siquiera tragedia como la que se acaba de producir en Las Vegas, crean las condiciones para empujar una reforma que varíe la Segunda Enmienda de 1791.
El mundo que después de haber vivido dos grandes conflagraciones mundiales, y que había proclamado el fin del conflicto que le siguió, la guerra fría, se supone que entraba en una era de paz, pero vive en condiciones de incertidumbre inimaginables.
Cuando no son los quieren ganar una posición privilegiada en el cielo, eliminando a todo lo que le huela a herejía, como ocurre con los falafistas islámicos; son lobos solitarios desprovistos de cualquier empatía que toman la decisión de descargar sus frustraciones sobre personas que están inadvertidas.
Algunos han querido asociaciar las tragedias recientes con el discurso de confrontación y división del presidente Donald Trump, pero cuando el llegó a la presidencia hace rato que año tras año Estados Unidos encabezaba el liderazgo de los homicidios en masa, que provocan 33,880 muertes por año; 93 por día.
Independientemente de cuál sea la motivación: religiosa, personal, política o ideológica, lo cierto es que no cabe duda que detrás de esos impulsos crimínales, subyace alguna psicopatía, que indican que las políticas públicas han de poner mayor énfasis en la salud mental.
Cada vez hay más conciencia de la necesidad de prevenir en materia de salud, pero a casi nadie se les ocurre incluir en el paquete de análisis preventivos la evaluación de la salud mental, y a cada momento nos estamos sorprendiendo por actuaciones espantosas de personas que siempre habían mantenido una conducta apasible.
No hay dudas que en el mundo actual bordea la inseguridad.
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