Al físico alemán Albert Einstein se le atribuye pronosticar que en un futuro no muy lejano la tecnología convertiría a la humanidad en “una generación de idiotas”.
“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”, dijo. El autor de la famosa Teoría de la Relatividad, punto de partida de la física moderna, estaba muy seguro del efecto devastador que generaría la tecnocracia en los humanos, que dejarían de ser seres pensantes para convertirse en presas fáciles de manipular o en sombíes.
Sus predicciones, más que un insulto, deben ser digeridas como una sana preocupación y una correcta advertencia de lo nefasto que está resultando para la salud mental de los humanos el uso inadecuado de las modernas tecnologías.
En realidad, nos hemos convertido en sombíes con el uso incorrecto, por ejemplo, de los teléfonos inteligentes, de manera voluntaria e involuntaria, que junto con las redes sociales invaden la privacidad de las personas al extremo de que se ha perdido la tradicional comunicación inter personal y el diálogo en la familia.
Años atrás, la familia se sentaba para almorzar o cenar y en ese escenario fluían los comentarios sobre diversos temas del diario vivir, se miraban a los ojos, reían y hasta hablaban de planes familiares para los fines de semanas o para el futuro. Ahora, con la llegada de los celulares y las Tablet inteligentes, cada quien se concentra en lo suyo, en el chateo por WhatsApp, ver fotos y vídeos por Facebook e Instagram, enviar mensajes a veces insultantes por Twitter y otras andanzas.
Ya es una costumbre observar a un grupo de amigos chateando o enviando mensajes de manera individual en un restaurant, cafeterías, salones de belleza, en El Metro, museos, en el trabajo, parques de recreación, estadios de béisbol, futbol, las playas, ríos, disfrutando la ciudad en un carro convertible o cerrado, en un paseo por autobús, en un avión, en las reuniones y hasta en las iglesias. Además, ver a alguien caminando o cruzando una calle hablando por un celular y escuchando música con un audífono, distraído y ajeno a lo que pasa en su entorno.
Conductores, entre estos motoristas, usan un teléfono celular mientras manejan. Son comportamientos de idiotas o sombíes, no hay dudas. Estamos atrapados en la telaraña de la tecnología de alto nivel y sin posibilidad de liberarnos.
Se trata de un fenómeno que está afectando, por igual, a toda la humanidad, sobre todo a los niños, y no hay forma de frenarlo. La tecnología tiene muchas cosas buenas, novedosas aplicaciones que nos facilitan las cosas, y no reconocerlo sería una mezquindad. El problema está en cómo y en qué momento aplicarla. Es entendible que la generación actual se haya transformado en un rehén de esa realidad, y que seamos atraídos por los seductores y costosos celulares, en razón de que no podemos quedarnos estancados en el tiempo. Hay que actualizarse, pero lo peligroso es distraerse, al extremo de silenciar la comunicación intergrupal o familiar.
Los niños, y es lo más preocupante, también son víctimas de este fenómeno. Con la aparición de la Tablet, ellos eligen su espacio para entretenerse, dejando ya de lado a la televisión como aliado para el divertirse con los personajes populares favoritos. Los he visto llorar cuando los padres les quitan la Tablet. Ya son adictos y sombíes en progreso.
Esa situación está causando problema conductual en ese segmento social, en especial en las tareas escolares, pues pasan mucho tiempo con esos equipos sin la supervisión de los padres o tutores que, desafortunadamente, también son usuarios perdidos de esa práctica.
En cuanto a las redes sociales, tienen a su favor que son herramientas que han evolucionado la comunicación universal y sirven de canales para informar a la gente, en breves minutos, sobre los acontecimientos que ocurren en el planeta, anticipándose así a las ediciones de los noticiarios de televisión, radio y medios impresos.
Incluso, las direcciones de Comunicaciones, Prensa y Relaciones Públicas de los gobiernos las utilizan para promocionar sus agendas oficiales. Lo propio hacen los candidatos presidenciales, líderes políticos, Jefes de Estado, movimientos populares, organizaciones de la sociedad civil, personajes artísticos, entre otros.
Quizás las partes más malas de esta herramienta es que muchas mentes perversas las utilizan para hacer daño a terceros, tergiversando los hechos, difundiendo noticias falsas o practicando la morbosidad mediática con imágenes inapropiadas.