Un grupo de 16 expertos y científicos de varios países determinó que Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, no murió de cáncer como se creyó desde el 23 de septiembre del año 1973, poco después del golpe de Estado contra la Unidad Popular que encabezó Salvador Allende.
Los doctores determinaron, 44 años después, que Neruda no falleció a consecuencia de un cáncer de próstata con metástasis a los 69 años de edad como afirma el acta de defunción de las autoridades golpistas.
Yo, que no soy experto, científico y mucho menos patólogo, supe siempre que el autor de los “20 poemas de amor y una canción desesperada”, “Crepusculario”, “Canto General”, “Los Versos del Capitán”, “Farowell y los Sollozos”, “Odas Elementales”, “Cien sonetos de amor”, “España en el corazón” y su autobiografía “Confieso que he vivido”, entre otras obras luminosas, no murió de cáncer.
Juro solemnemente que lo sabía… Sabía que ningún nódulo, lipoma o tumor maligno entraría en su cuerpo para hacerlo sufrir hasta la muerte. ¡No! ¡Jamás!
A Neruda, Premio Nobel de literatura 1971, un gran poeta en cualquier idioma, como dijera el colombiano, también universal, Gabriel García Márquez, estaba condenado a no morir nunca, menos de un cáncer, una enfermedad tan terrenal no ataca a los dioses de la poesía de su estatura.
Al poeta lo mató la angustia, la desesperanza que lo ahogaba, la tristeza, la impotencia que le produjo ver sus sueños de justicia y libertad hechos trizas por la barbarie que en 1936 vio y vivió en España durante la guerra, donde escribió, con el corazón destrozado, “España en el corazón” que se publicó en el 37. En ese memorable libro Neruda, que era cónsul, aparece el poema “Explico algunas cosas”.
“Y una mañana todo estaba ardiendo/ Y una mañana las hogueras/
salían de la tierra/devorando seres, / y desde entonces fuego, / pólvora desde entonces, /y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros, /bandidos con sortijas y duquesas, /bandidos con frailes negros bendiciendo/venían por el cielo a matar niños, /y por las calles las sangre de los niños/corría simplemente, /como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría, /piedras que el cardo seco mordería escupiendo, /víboras que las víboras odiaran!
El poeta desangrado por lo que ocurría en España durante la guerra civil terminó el poema con un grito desolado que se escuchó en el mundo: “Venid a ver la sangre por las calles, / venid a ver/ la sangre por las calles, / venid a ver las sangre por las calles!”
Era como si la historia se repitiera como tragedia en su Chile querido tras el golpe de Estado. Como en España, “chacales que el chacal rechazaría”, víboras que las víboras odiaran”, generales traidores, asesinos brutales, se sublevaban contra el pueblo con sus aviones y sus metrallas de fuego: “venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños, corría simplemente, como sangre de niños”.
El poeta que recorrió el mundo viendo las tragedias humanas llenando los océanos de sangre, dolor y luto, no pudo soportar como en su “largo pétalo de mar y vino y nieve”, que es Chile, el odio y la venganza, mataba a sus hermanos sin piedad.
Su corazón poeta no soportó tanta felonía acumulada, y estalló en mil pedazos. El cáncer no lo mató, lo mató la tristeza.
En su poema “Cuándo de Chile” Neruda se preguntaba: “Pueblo mío, verdad que en primavera/suena mi nombre en tus oídos/y tú me reconoces/como si fuera un río/que pasa por tu puerta?” ¡Sí! ¡Su nombre suena en los oídos no solo del pueblo chileno, sino en los oídos de todos los pueblos del mundo!