Los terroristas han logrado con sus ataques desestabilizar y crear terror psicológico a millones de personas en la tierra. Esa estrategia les ha dado resultados, pues ya no hay seguridad en ningún lugar público ni privado donde se concentra una multitud. Y viajar ahora en avión o en tren constituye un alto riesgo.
Sorpresivamente, aparece alguien desde la azotea de un edificio disparando de manera indiscriminada balas de diferentes calibres, detonando un carro-bomba en una plaza pública o un recinto deportivo y, en última instancia, atropellando intencionalmente a los ciudadanos que circulan en las calles. Luego se suicidan para borrar posibles evidencias comprometedoras.
El terror psicológico ha llevado a situaciones emocionales inquietantes, al extremo de que el simple abandono de una bolsa en un vagón del Metro, en una estación de autobuses y en un salón de conferencias, la presencia en un avión o en cualquier lugar de una persona ataviada al estilo árabe o musulmán, genera terror y la inmediata estampida humana.
Los ataques terroristas han obligado a los Estados Unidos y otros países a incrementar los niveles de seguridad en los aeropuertos internacionales. Por ejemplo, a partir del 26 de octubre comenzaron a aplicar nuevos requisitos de control a los pasajeros que vuelen a territorio estadounidense desde el extranjero.
Horas antes de abordar un avión, los viajeros serán llevados a un lugar discreto donde serán interrogados sobre aspectos de interés para las autoridades. Es decir, los datos personales, como son contraseñas y los mensajes registrados en las redes sociales de los celulares y otros equipos electrónicos como una laptop o una Tablet, serán examinados minuciosamente. Se trata de revisiones y cuestionamientos estrictos en el proceso de chequeo en el mostrador y en las salas de abordar. Obvio, son medidas necesarias, aunque desagradables y groseras, que atentan contra la privacidad de las personas, además de ocasionar retrasos en los vuelos.
De hecho, muchas aerolíneas, incluyendo las que operan desde República Dominicana, ya están cumpliendo con esas disposiciones. Sin embargo, en algunos aeropuertos no comenzarán a aplicar las nuevas medidas. En el caso de Air France, no lo hará en el aeropuerto Charles de Gaulle de París hasta el 2 de noviembre y la aerolínea jordana Royal Jordanian, hasta enero próximo.
En los aeropuertos norteamericanos y en los puntos de control por tierra, ya los agentes fronterizos piden a los viajeros la entrega de sus teléfonos móviles, que los desbloqueen y les digan las contraseñas de sus redes sociales con el propósito de poder examinar su contenido.
Naturalmente, los ataques de las sectas terroristas contra objetivos escogidos en varios países europeos y Estados Unidos, tal vez, son consecuencias de las erráticas estrategias de las geopolíticas, de los abusos y genocidios perpetrados por las grandes naciones en perjuicio de los pueblos indefensos, a quienes les han asesinado sus líderes, arrebatadas importantes reservas minerales y otras riquezas terrenales.
Tras la destrucción, el 11 de septiembre del 2001, de las Torres Gemelas en Nueva York, el sistema de seguridad en el mundo occidental y europeo cambio de rostro. El panorama se complicó después de las intervenciones de militares estadounidenses en Irak, con la excusa de buscar supuestas armas químicas en manos de líderes radicales, que terminó con la vida del dictador Sadam Hussein, quien fue ahorcado igual que a su hijo, mientras sus tesoros y millones de dólares fueron zaqueados. Las armas químicas nunca aparecieron, fue una excusa para destruir alegadas células terroristas y también a un pueblo ignorante e indefenso.
Las organizaciones radicales son protagonistas de enorme relevancia en la política doméstica y exterior de los estados de Oriente Medio, que con planes bien estructurados, capacidades y las alianzas de los principales grupos que actúan en la región, han logrado cambiar las rutinas y hábitos en la vida de millones de personas en naciones como Estados Unidos, España, Alemania, Inglaterra, Francia y otras.
Lo del 11 de septiembre arrojó resultados funestos que degeneró en una declaratoria de guerra contra los extremistas, una campaña de Estados Unidos apoyada por varios miembros de la OTAN (La Organización del Tratado del Atlántico Norte) y otros aliados, con el fin de acabar con el terrorismo internacional.
Esa iniciativa tuvo como punto de partida el atentado terrorista al World Trade Center de 1993, y otros ataques a objetivos estadounidenses, en 1998. Después del 2001, vinieron otros atentados en Madrid (España), en Londres, Francia, Islamabad, en Pakistán, Bombay, entre otros episodios que cambiaron el concepto de que supuestamente se vivía seguro en el mundo occidental.
Lo cierto es que a partir esa declaratoria de esa guerra, más que debilitarlas, se ha producido una recomposición, radicalización y fortalecimiento de las células terroristas en el mundo, que hoy persisten en destruir objetivos emblemáticos de Estados Unidos y sus aliados europeos, creando pánico, disturbios mentales e inseguridad en las calles.