Hace unos cinco o seis años escribí sobre el tema de los cementerios y el drama que representa la inhumación de un ser querido, cuya familia se ve precisada a destruir a martillazos el ataúd para evitar la profanación por delincuentes para robarlo.
Desconozco si la práctica se sigue al menos en los camposantos de la capital de la República, que eran los lugares donde esa terrible decisión se adoptaba.
En la ocasión propuse la creación de una Dirección Nacional de Cementerios que asumiera el control de esos lugares destinados al descanso de los fallecidos, y ante la deserción palpable de las responsabilidades que competen a los Ayuntamientos.
Decía entonces, y sostengo ahora, que un organismo de esa naturaleza sería bien recibido por todos los dominicanos, sin importar que los cabildos argumentaran que se les despoja de sus competencias, pues precisamente se justificaría en razón de la fatal incompetencia de las corporaciones municipales.
Sin embargo, esa idea ni siquiera fue vista por quienes tienen la responsabilidad de, por lo menos, preocuparse de que el lugar destinado al descanso eterno esté rodeado de un mínimo de solemnidad y respeto.
He querido volver sobre el tema, esta vez para referirme a un caso muy específico, pero que ilustra la generalidad de los cementerios. Me refiero al camposanto del municipio de Oviedo, un lugar notoriamente descuidado, donde la maleza cubre las tumbas y el camino que conduce allí es un puro desastre.
Es evidente que el Ayuntamiento local hace muy poco—si algo hace—para darle dignidad a un lugar que merece las mayores atenciones, no para complacer a los muertos, que en definitiva ya no pueden enterarse, sino para demostrar que tenemos respeto por sus memorias.
Los europeos tienen acuñada una premisa muy sencilla pero aleccionadora, respecto del comportamiento de una sociedad, y la ilustran con el cementerio, el sanitario y la escuela.
Una sociedad que no cuida el cementerio, no tiene respeto por el pasado; si descuida el sanitario, no le importa su presente, y si no valora la escuela es porque desdeña el futuro.
Percibo que quienes dirigen el Ayuntamiento de Oviedo tienen un pésimo sentido del pasado. Ellos y los demás cabildos del país asumen los cementerios como lugares sin dolientes, quizá porque los difuntos ya no pueden votar en las elecciones.
Resulta muy doloroso abordar este tema, pero me impactó tremendamente el descuido en que el cabildo de Oviedo tiene el cementerio donde descansan los seres queridos, en nuestro caso, mi padre, mi madre y mi hermano mayor.
Si estuviese a mi alcance, en lugar de estas líneas estaría tomando acciones concretas. Pero sólo tengo este recurso.
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