En una sociedad que ha degradado la condición humana, que ha visto perder todos sus valores dentro de un sistema político hipertrofiado por los vicios y la corrupción, ¿cuánto puede valer la vida de una mujer presentada como un objeto sexual a través de la televisión, el cine, la radio y demás medios comunicación, discriminada en la fábrica o la oficina donde recibe igual o menor salario que el hombre por la misma jornada laboral? ¿Cuánto vale la mujer que trabaja en la fábrica, la oficina o el campo, que se ocupa de la alimentación y educación de los hijos para luego, agotada hasta el extremo, darle placer a su pareja que llegó a la casa, reclamó cena, se bañó, se vistió y salió a divertirse con los amigos, para regresar en la madrugada, borracho, a exigir sexo como si ella fuera una máquina?
Esa mujer, desvalorizada, estereotipada por los estándares de belleza impuestos por expertos en marketing que la envían al cirujano plástico, que le dicen que ropa ponerse en la mañana, en la tarde y en la noche, esa mujer desnuda en la televisión contorneándose sensualmente para elevar la lívido masculino, esa mujer vanidosa que solo “piensa en la moda de París”; esa mujer prostituida, cosificada, no es un ser humano, no será respetada, es una vagina que pronto se convertirá en incubadora. Esta sociedad de hombres, no la colocará en un plano de igualdad mientras sus ideas controladoras, sexistas y machistas dirijan el Estado.
Más de 700 millones de mujeres viven en extrema pobreza, lo cual representa alrededor del 10 % de la población mundial. Las mujeres constituyen el 70 % de las personas que viven en extrema pobreza, lo cual, para los hombres, dueños del mundo, debe ser una vergüenza que los llene de estupor. La pobreza es mayor en las mujeres que en los hombres. Su abandono social, también.
De los dos mil cien millones de niños y niñas que hay en el mundo, uno de cada cuatro vive en extrema pobreza con familias que “ganan” menos de un dolor por día, lo cual es una tragedia, sobre todo si vemos como el uno por ciento de la población tiene el 99 % de la riqueza del planeta. Con la comida que echan al zafacón los ricos se alimentarían todos los pobres.
El 35% de todas las mujeres han sido víctimas de violencia física, de acoso y violación sexual. El 95% de los homicidas en todo el mundo son hombres. Las mujeres no matan, aman, sufren. El 50% de los feminicidios del mundo se producen en América Latina. En la República Dominicana los hombres asesinan más de cien mujeres por año ante la indiferente de las autoridades. La inmensa mayoría las asesinadas son pobres que no parecen importarle a nadie, ni sus hijos huérfanos, sin presente, ni futuro.
¿Cuánto vale una mujer? No tiene precio. Una mujer no puede continuar en las vitrinas de Holanda, ni en la “Vía Véneto” de hace años en Roma, ni en “la Duarte con Paris” o en una “zona rosa” de cualquier lugar del mundo.
Esa mujer que muere asesinada todos los días es mi madre, es mi abuela, es mi hermana, es mi hija, es mi nieta, es mi compañera, mi pareja, mi igual. Por lo tanto no tiene precio. No está en venta. La vida de una mujer no tiene precio. Pero si me obligaran a decir cuánto vale la vida de una mujer diría: Una mujer vale, mi vida.