Michael Wolff, escritor controversial y creativo, que cuando carece de las citas que necesita para avalar algún criterio, las crea y en varias oportunidades personajes con lo que ha dicho haber conversado lo han desmentido, ha escandalizado a la opinión pública estadounidense con las revelaciones que formula en su best seller “Fuego y Furia”, que conducen a tratar de establecer por enésima vez la palmaria incapacidad de Donald Trump para desempeñar la presidencia del país más poderoso del mundo.
El Trump que describe Wolff es el mismo que los electores tuvieron oportunidad de justipreciar en una campaña en la que actuó sin ahorro de desenfados promoviendo las ideas básicas que le dieron el triunfo, nadie votó por él ignorando que carecía de experiencia y de la parsimonia necesaria para llevar con sabiduría los asuntos del gobierno.
¿Dan motivos las narraciones escandalosas de Fuego y Furia para que los electores de Donald Trump experimenten vergüenza y arrepentimiento? ¿Está actuando el presidente actual de los Estados Unidos de América contrario a lo que la gente esperaba, como suelen hacer políticos que asumen una pose para la campaña y una postura distinta en el Gobierno?
Independientemente de lo que pueda pasar con Donald Trump en el futuro, hasta ahora, ha mostrado fidelidad a sus compromisos de campaña y lejos de sentirse defraudados sus escogientes han estado recibiendo lo que reclamaban.
Lo primero que quiere el ciudadano es más dinero en los bolsillos y las rebajas impositivas que ha auspiciado apuntan en esa dirección, lo que se paso tiene impacto en la economía dominicana con mayor remesa y turismo.
Una de sus medidas de mayor cuestionamiento ha sido la de hacer cumplir la decisión adoptada por el Congreso de su país en 1995 que reconoce a Jerusalén como la capital de Israel, pero dos sectores que fueron fundamentales para colocarlo en la presidencia de su país la reciben con alborozo: la influyente y poderosa comunidad judía, y los cristianos evangélicos que representan un 30% de los monoteístas estadounidenses.
Dos medidas de control migratorio que están en la línea de sus compromisos esenciales de campaña: suspensión del DACA, Acción Diferida para la Llegada en la Infancia, aprobado en la administración Obama, y, el TPS, beneficio provisorio para vivir y trabajar en los Estados Unidos, vigente desde el 2001 para países como Honduras, El Salvador, Haití y Nicaragua, que habían padecido desastres naturales, guerras u otras catástrofes, ninguna de las dos facultaban a generar derechos permanentes de residencia y menos de ciudadanía.
Recién se filtró una inferencia que el presidente Trump luego ha desmentido en la que afirma que países como Haití y El Salvador son un agujero de mierda, para rechazar medidas que favorezcan inmigrantes que entiende que no aportan al fortalecimiento de su país .
Si habló en esos términos, lo hizo mal porque hiere la sensibilidad humana y la dignidad de esas comunidades, sin embargo, frente a sus electores es coherente, porque todos los mandatorios, aunque no lo digan, al acoger migración desean que sea de calidad, para nutrirse de sus aportes, y eso nadie lo logra importando pobreza, indocumentación y analfabetismo.
La repuesta de la Casa Blanca da en la diana de los objetivos electorales de Trump “mientras algunos políticos de Washington eligen pelear por otros países, el presidente siempre peleará por el pueblo estadounidense”.
Los adversarios tienen que cuidarse de no hacerle el juego, si lo quieren derrotar.