En el siglo XIX se definió el Estado como el administrador conjunto de los bienes de la burguesía y se aspiraba a convertirlo en el administrador de los intereses de toda la sociedad o, simplemente, de la clase sociales oprimidas.
El siglo XX fue testigo de la pugna entre estas dos posiciones, pero para la segunda década de la segunda mitad del propio siglo XX, en los países de capitalismo central o hegemónico, se impuso la teoría neoliberal que consiste en convertir al Estado no en el administrador de los bienes comunes de una clase social determinada, sino que el Estado pasó a ser una empresa privada más donde los incumbentes se manejan como si cada órgano público fuese una empresa personal o familiar.
Es decir, el Estado neoliberal ha dado nacimiento a una nueva clase social dominante llamada nomenclatura, término que, paradójicamente, no nació en el seno del capitalismo sino en el seno de los llamados “países del socialismo real”, de modo que bajo la teoría de que los extremos se juntan, los totalitarismos de izquierda y de derecha, han creado una nueva clase social que, en unos casos, actúa en alianza con el poder tradicional y, en otros, se maneja de forma independiente. Esta convergencia ha hecho nacer al neoliberalismo.
Pero pronto el neoliberalismo mostró su inconsistencia lo que dio lugar a reformas, por ejemplo, en Estados Unidos, se observó que las políticas neoliberales sobre libertad de comercio estaban favoreciendo intereses no estadounidenses y que creaba olas migratorias impresionantes a ambos lados del atlántico, que obligaron a los ingleses a salir de la Unión Europea. Es en este último escenario que aparece la figura de Donald Trump, este magnate se da cuenta de que el capitalismo global va cayendo en picada, que el neoliberalismo está acabando con las riquezas y los recursos naturales del capitalismo periférico lo que obliga a las masas humanas desplazadas de los países expoliados a correr detrás de aquellos que se llevaron sus riquezas, y que la lucha por poseer zonas de libres comercio regionales es un aporte a la conversión de China e India (países Brics) en superpotencias en desmedro de Estados Unidos.
Por lo que inicia una campaña recurriendo a posiciones neonazis consistentes en aplicar las recetas de Sun Tzu al mundo de los negocios. En otras palabras: Donald Trump aboga por mantener el capitalismo bajo los esquemas en que operó en los siglos XVIII y XIX cuando el eurocentrismo convirtió en colonia al resto del planeta bajo un esquema negador de los derechos fundamentales de la raza humana. Con el sofisma de que sus políticas buscan recuperar la dignidad de los “arios” pobres de Usa, emprende un discurso retrogrado pero opuesto a sus acciones prácticas, a lo que cabe ¿preguntarse si todo esto es cierto?
La realidad es que Trump está probando que tiene ideas de mercado diferentes a la del stablisment sin ser opuesto a este, puesto la economía de Estados Unidos ha iniciado una recuperación paulatina pero ascendente, su retórica no afecta -como se pensaba- sino que Trump emplea un discurso desconstruccionista para obtener resultados económicos. Es decir ha expulsado menos inmigrantes ilegales que Obama o la Unión Europea, pero mantiene una retórica anticubana, anti Latinoamérica, anti asiática pero está haciendo negocios con todos. Está ejecutando un discurso invertido: antes teníamos en los lideres yanquis un discurso pro derechos humanos pero una práctica contraria a las palabras, es decir: hechos desleznables ahora ocurre lo inverso. Es una forma inteligente de hacer lo mismo con resultados diferentes. El discurso Trump no se entiende en Latinoamérica tampoco porque los presidentes de izquierda y de derecha mantienen sus respectivos discursos mientras ejecutan políticas neoliberales.
De modo que los profetas que anuncian la caída de Trump podrían estar equivocados. En razón de que los intelectuales orgánicos del poder solo han sido capaces de imponer un discurso de retoricas pro derechos humanos pero inhumanos en la práctica, en cambio, Trump –hasta ahora- no ha iniciado ninguna guerra y mantiene en un limbo las existentes. Trump es Jacques Derrida en persona.
Los críticos del neoliberalismo solo han llegado a imponer un discurso moral que adquiere vigencia práctica en la justicia anti corrupción pero ese modelo debe revisarse pues, por ejemplo, en países en transformación, -en todas las naciones son hoy países en transformación debido a los progresos tecnológicos constantes-, donde los valores cambian con cada nuevo éxito tecnológico no es fácil mantener un discurso anticorrupción, si los valores sociales están en cambios constantes. Es más racional asumir los cambios tecnológicos con un puritanismo verbal que simular que se hace algo.
En pocas palabras, el discurso anti neoliberal no ha presentado un proyecto viable ni en Europa ni en América, por ejemplo, el caso griego o el caso francés, o cualquiera otro, no ha hecho más que reforzar el totalitarismo del mercado con Maccron, Rajoy o la Merkel; en cambio, en Latinoamérica vemos como el gobierno del Perú se desmorona porque su discurso anticorrupción no concuerda con la praxis neoliberal de negocios desde el Estado. Igual ocurre en Ecuador, Brasil, Argentina y Centro América. De manera que el modelo Trump será conservador o retrogrado pero es el único que –hasta ahora- ha sido capaz de producir cambios exitosos dentro del modelo neoliberal. No para cambiarlo sino para fortalecerlo. El tiempo dirá la última palabra, mientras tanto, los liberales de izquierda y de derecha deberán aprovechar el tiempo para revisar sus discursos ante la posibilidad de un éxito aun relativo de Trump. DLH-14-1-2018