El Pensador se acomodó con su desnudez perfecta y empezó a recorrer las primeras planas: la noticia necrofílica de primera categoría en la dura cotidianidad; un salario sietemesino que en el primer hemograma que se le practica acusa serios síntomas de anemia; un juez que remienda, con profundo enojo, una toga deslavada por el exceso de misterios judiciales… ("¡Agggh!", dijo El Pensador, asqueado y convencido de que en este país, en verdad, el señor Kafka no sería más que un mediocre escritor costumbrista. Se despabiló, bajó la palanquita y empezó a alistarse para la cita que tenía con el señor Rodín).