Las visitas apostólicas realizadas por el Papa Francisco esta semana a dos naciones sudamericanas quedarán estampadas en sus reflexiones y podrían resultar decisivas para determinar en el futuro, si espera el llamado postrero en el papado o hace como su antecesor, Benedicto XVI, y, en vida, abdica esa responsabilidad y deja el desmejorado panorama de la Iglesia Católica en otras manos.
El motivo para interrogantes que pudieran devenir en profundas cavilaciones no deriva de las hostilidades que rivalizaron con la devoción recibida en Chile, sino que eso se hizo coincidir con la exposición de datos que hacen difícil proyectar las reacciones negativas como expresiones de minorías aisladas.
No es ocioso recordar que el cardenal Jorge Mario Bergoglio, es el primer latinoamericano que se coloca las sandalias de San Pedro, cosa que no hubiese ocurrido sin que en los objetivos estratégicos de la Iglesia no tuvieran focalizados en avivar la llama de la fe en la región que alberga la mayor concentración de católicos en el mundo.
En su libro, Lujuria, el periodista vaticanólogo Emiliano Fittipaldi, le encara un discurso de condena a la pederastia y otro tipo de abusos sexuales de sacerdotes divorciado de sus actuaciones en el papado, pero vivir en carne propia la asociación de su imagen a conductas deleznables como le ha ocurrido en Chile, es una experiencia frustrante.
Latinobarómetro, lo aguardó liberando un estudio sobre la evolución de la religión en 18 países en periodo 1995-2017, que mostraba que la valoración de la imagen papal había descendido de un promedio de 7.2 a 6.8%, pero para el caso de Chile, la situación era más crítica: 5,3 porque les enrostran la designación del Obispo de Osorno, Juan Barros, que si bien no registra casos de pederastia, se le cita como protector del sacerdote Fernando Karadima, estrella en los escándalos de esos abusos sexuales.
La investigación muestra que en siete de los dieciocho países de la región el catolicismo, que nunca había sido menos de dos tercios de la población ha descendido por debajo del 50%: RD 48%; Chile 45%; Guatemala 43%; Nicaragua 40%; El Salvador 39%; Uruguay 38% y Honduras 37%, de ellos, solamente en dos: Honduras y Guatemala, el descenso católico se ha traducido en predominio evangélico.
Contrario a la situación que se vivió con el derribo de las ideologías que cuestionaban la fe, en la que muchas personas ocuparon ese vacío refugiándose en las religiones, en los últimos años las plantas de mayor florecimiento han sido la del agnosticismo y el ateísmo, que en países como Chile y Uruguay son segunda mayoría después del catolicismo.
Dos son las causas de la mudanza que ha drenado al catolicismo, siendo la primera, el deterioro de la imagen de la iglesia por los abusos sexuales de una minoría sacerdotal que ha ido a ocultar bajo una sotana, su condición de pederasta, y lo que se le reprocha al catolicismo es el ocultamiento y la protección que reciben esos sacerdotes cuando son denunciadas sus tropelías.
La otra razón es el descenso de la pobreza y la aparición de una clase media más individualista que se aleja de las instituciones.
No es el primero ni el más importante de los desafíos que ha tenido por delante el catolicismo, en particular, y el cristianismo en sentido general, que en etapas en que se han expandido corrientes de pensamientos que han cuestionado sus cimientes, ha sabido sacudirse y fortalecerse.