La falta de estadísticas oficiales y confiables dejan el tema a la imaginación o a los cálculos empíricos que se puedan hacer a partir del hecho insólito de que en un país de 10 millones de habitantes operan cuatro loterías que en conjunto realizan unos ocho sorteos diarios, además de los sorteos mayores (Loto en genérico) que hacen semanalmente.
El dato se completa con la extravagante suma que se especula se juega todos los días en la República Dominicana y que según las estimaciones, no comprobadas pero tampoco desestimadas, monta sobre los 250 millones de pesos.
Estos montos se asumen como reales o muy cercanos a la realidad, con sólo observar la cantidad de bancas de apuestas que proliferan en toda la geografía nacional, donde en cualquier camino vecinal se pueden encontrar varios de esos negocios pero no una escuela o una iglesia.
La proliferación de bancas de apuestas es tal que ni siquiera las autoridades son capaces de ofrecer un dato fidedigno, debido a que el Estado desertó de esa responsabilidad por alguna razón no explicada, dando como resultado la existencia de casi 100 mil puntos de ventas de loterías entre legales e ilegales, siento estas últimas la cantidad mayor conforme lo indagado por diversas vías oficiosas.
La cantidad de dinero que diariamente se juega todos en las bancas de loterías y otros lugares de apuestas se lleva un porcentaje elevado de los ingresos de las personas de menores recursos, es decir, las que están ubicados en los dos primeros quintiles de la economía, que resultan ser, por diversas razones, las que más pagan impuestos a la suerte.
Estamos en presencia de un hecho impactante en términos económicos por la repercusión que tiene en las finanzas de los pobres, pero además tremendamente grave en el aspecto social, ya que es frecuente que madres pobres dejen a sus hijos sin alimentos para apostar al número que soñaron la noche anterior.
No hay ninguna razón que explique la existencia de cuatro loterías (una oficial y tres privadas) legalizadas y varias clandestinas en un país de nuestras dimensiones. Aunque como dice el viejo refrán "la fiebre no está en la sábana", lo cierto es que la operación de todas esas casas de apuestas con su consiguiente proliferación de bancas, es un incentivo a que la gente pobre se aferre al azar.
Otro renglón que se suma al juego para sangrar el presupuesto de las familias más pobres lo representa las recargas telefónicas, las cuales ordinariamente resultan un engaño, pues los usuarios no tienen control para determinar si el consumo ha sido real o amañado.
¿Qué hacer sobre estos asuntos? Muy poco. Sólo tratar de llevar un poco de conciencia.