Solo quien sabe de afectos y padece de añoranzas, podrá entender estas glosas.
Hay que haber vivido en el seno de un conglomerado pletórico de entrañables vivencias para poder sentir en carne propia los profundos sentimientos que arropan mi espíritu, en este día.
Y por sobre todo, quien quisiese penetrar en los intríngulis de este acertijo, debería de haber estado allí, junto a nosotros, en la rimbombante y concurrida celebración familiar en la que nos dimos cita, la tarde y noche de ayer.
El solo hecho de lograr reunir, en un mismo espacio, a una significativa cantidad de miembros de los diferentes ramales en que se bifurca hoy por hoy la gran familia de los Reyes y los Jiménez, de por sí es un logro, que llena de alegría a los presentes y cubre de pena y desaliento a los que, por diversas razones, no pudieron asistir.
Contribuir con el logro de la reunión tan anhelada, tantas veces programada y tantas otras pospuesta, de Rosa Elba y Milagros, hijas de Santiago Reyes, procreadas con diferentes madres, nos llenó de una profunda satisfacción, muy difícil de expresar con palabras.
El recuerdo latente del primo Abad, a quien despedimos con una rumbosa fiesta el ano anterior y quien falleció pocos meses después, parecía gravitar entre nosotros. La presencia de sus hijos y la madre de una parte de ellos, reafirmó el compromiso de seguir adelante, trillando juntos el sendero de la fraternidad y concordia familiar.
Otro tanto ocurre con el emotivo homenaje póstumo a Esperanza y Hungría, patriarcas de uno de los ramales más prolíficos de este conglomerado, cuya presencia militante desbordó a raudales y se hizo ostensible en cada uno de los aspectos organizativos del evento.
El reconocimiento entregado a la Tía Ana Rosa, cuyo ánimo y vitalidad nos sirve de guía y estimulo para mantenernos unidos en aras de preservar vigente el legado de nuestros ancestros, aportó un cálido mensaje de fe en el porvenir que a todos hubo de embargarnos.
Y con la entrega de otros tantos reconocimientos, distribuidos de manera equitativa entre los integrantes de los diferentes ramales de esta gran familia oriunda de la frontera dominicana y que hoy por hoy desborda los linderos de múltiples lugares en el mundo, se puso en evidencia que la constancia y dedicación que nos inculcaron nuestros abuelos fue encaminada por la senda correcta.
A ello se debe que, dondequiera que se encuentre un descendiente de la gran familia Reyes Jiménez y cual que sean los apellidos estampados junto a sus nombres, ha de sentirse orgulloso del legado de trabajo, honradez y apego familiar inculcados por Hipólito y Vitalina.
Por ello, a pesar del inexorable recorrido del tiempo en el reloj, y de que casi arribamos a las cuatro décadas de la despedida física de esos dos pilares de nuestra gran familia dajabonera, en la tarde de ayer su presencia espiritual gravitaba entre nosotros, renovando las enseñanzas de cariño y unión familiar que siempre ha de permanecer en su descendencia.
Definitivamente, Ellos no estaban equivocados: habrá Reyes y Jiménez para rato…, y que siga la fiesta!
New York, febrero 5, 2018.
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