El 2 de abril del 2015, el presidente Barack Obama anunció, embargado de regocijo, que Estados Unidos y sus aliados habían arribado a un acuerdo de limitación nuclear con Irán, aquel país ubicado por su antecesor, George Bush, en el nefasto club que había bautizado “eje del mal”, junto a Irak y Corea del Norte.
Desde que el ayatola Jomeini y su denominada revolución islámica desplazaron del poder al shah Reza Pahlevi, en el año de 1979, Estados Unidos ha mantenido una relación muy desconfiada con Irán por el laborantismo en que se envolvió ese país para tratar de fabricar armas de destrucción masiva, cosa de la que se apartaría con el referido acuerdo a cambio de que se les flexibilizaran las sanciones económicas.
Según Obama, disminuía preocupación por desarrollo por parte de Irán de una bomba de plutonio, porque no podría generar plutonio de grado suficiente para arma, pero además reduciría las centrifugadoras de uranio, por lo que no tendría los elementos necesarios para armas nucleares, en cambio sí podría producir energía.
Poco repararon en que un día antes de ese anuncio, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos esgrimió un expediente escandaloso contra una voz que habría hecho imposible en el Senado, que un acuerdo de esa naturaleza de consumase: el senador demócrata de New Jersey, Robert Menéndez, a la sazón presidente de la poderosa comisión de Relaciones Exteriores.
En vez de alzar su voz contra ese y otro acontecimiento posterior al que también se oponía en forma radical: restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, rotas desde el 3 de enero de 1961, Menéndez tendría que ocuparse de un ramillete de acusaciones que lo vinculaban al lavado de dinero y al recibimiento de sobornos producto de una presunta relación quid pro quo con el oftalmólogo y empresario de origen dominicano Salomón Melgen.
Lo menos que se insinuó es que los regalos al senador también incluyeron celestineo. El prestaba su influencia para canalizar favores personales y comerciales al doctor Melgen y era retribuido con pagos de lujosos hoteles, así como con viajes en el avión privado del médico y sustanciosas contribuciones para sus fondos de campaña.
Desde el principio ambos sostuvieron que se quería hacer figurar una relación de amistad con una de negocios, y, como la suerte de Salomón Melgen resultó desfavorable en otro proceso que se le sigue en La Florida, los presagios para la carrera política de Robert Menéndez eran tétricos.
Para suerte de Bob Menéndez, el suplicio que ha vivido le tocó en un sistema judicial vacunado contra el populismo, y toda la infamia articulada en su contra se derribó como castillo de naipes.
En noviembre del año pasado, ante un primer juicio, la nimiedad de las pruebas impidieron que el jurado se pusiera de acuerdo en cuando a la procedencia del enjuiciamiento; pero como sobrevivían otros cargos se encaminó a un segundo juicio, pero ahí la acusación no llegó hasta el jurado, el juez federal observó la inconsistencia probatoria y eliminó siete de los cargos, lo que provoca que el Departamento de Justicia optara por retractarse y retirar las acusaciones que se mantenían para evitar nuevos reveses.
La historia se ha sellado con el regreso de Bob Menéndez, reivindicado, pero con daños morales que nadie le repone, al lugar del que se le empujó a salir para encaminar la agenda de política exterior de la administración Obama.