Una mujer de New Hampshire, Estados Unidos, interpuso una demanda ante la Comisión de Lotería de ese estado para permanecer en el anonimato después de ganar en el mes de enero 560 millones de dólares en el popular sorteo nacional Powerball.
De acuerdo con la ley de ese estado, el nombre del ganador de la lotería, la ciudad y el número de boletos comprados son registros públicos, pero la afortunada en cuestión aseguró que revelar su nombre “constituiría una invasión significativa de su privacidad”.
La mujer, que presentó la demanda bajo el pseudónimo de “Jane Doe”, dijo haber cometido un gran error al firmar el reverso del boleto con su nombre verdadero al comprarlo, antes de consultarlo con un abogado.
Sin darse cuenta, perdió la privacidad para siempre y la libertad de entrar a una tienda o asistir a eventos públicos sin que se le reconozca como la afortunada ganadora.
El director ejecutivo de la Comisión de Lotería de New Hampshire, Charlie McIntyre, después de consultar el caso con el fiscal general del estado, dijo en un comunicado que esa mujer deberá cumplir con las leyes “como cualquier otra persona”.
Resulta que en noviembre de 2015, el ciudadano Craigory Burch Jr. acertó los cinco números en un sorteo estatal de Georgia, Atlanta, y ganó un premio de casi medio millón de dólares. Dos meses después, fue asesinado en su casa por siete hombres encapuchados.
La familia del fenecido culpó a la administración de lotería de Georgia por haber convertido a su familiar en un objetivo al hacer público su nombre.
Esa situación no es ajena a la República Dominicana donde las empresas de loterías tienen las mismas reglas, que entiendo atentan contra la seguridad de quienes tienen la suerte de ganar los premios millonarios que ofrecen esas empresas.
Dos de esas reglas son las siguientes: 1) “Los montos ganados están sujetos a las leyes impositivas que expresa el Estado dominicano”; 2) “Los premios considerados mayores se entregarán de manera pública bajo las normas y políticas” de la empresa. Es decir, el nombre del ganador, la ciudad y el número de boletos comprados deben saberse de manera pública.
También, el ganador deberá pagar al gobierno un impuesto de un 25% del premio adquirido. Ejemplo, si el premio es de 82 millones de pesos, se le descontarán 20.5 millones y entregarán al ganador 61.5 millones.
Además, el afortunado deberá adaptarse a las normas de la empresa, tales como fotografiarse y exponerse a las cámaras de televisión con un cheque gigante simbólico, dirigir un mensaje de alabanzas para que el público siga comprando los tickets de esa compañía “porque si yo gané la lotería, también tú puedes”.
Además, le “sugieren” montarte en una lujosa limusina repleta de finas bebidas, para que se traslade al lugar donde compró el ticket y luego lo pasean por la ciudad hasta llegar a su casa.
¿No es esa una forma de poner en riesgo la vida de una persona? ¿Por qué exhibir públicamente al ganador? Es obvio que se trata de una grosera invasión a la privacidad y la seguridad ciudadana.
Con ese exhibicionismo innecesario, se está alertando a los delincuentes para que secuestren a esa persona, o a un familiar, y pidan un rescate. Son las desventajas de ser ganador de loterías millonarias.
Ahora entiendo por qué los que ganan un premio de esa naturaleza, se mudan inmediatamente, cambian el número telefónico, se esconden de la gente, entre otras medidas, pues saben que a partir de ese momento su vida penderá de un hilo.