Por Valerio Sarmati.- Para algunas enfermedades la cura es particularmente larga y difícil, y a veces, cuando los obstáculos superan el estado de ánimo, es posible que un paciente caiga en depresión.
Hoy, se abusa de este término considerando “estado depresivo” a cualquier forma de cansancio psicológico o de tristeza, pero en realidad la depresión es una condición clínica bastante precisa, que puede ser grave e influir de manera determinante sobre las terapias y las curas necesarias para superar la enfermedad.
En particular tras un ictus, las dificultades encontradas en el cumplimiento de los más simples gestos cotidianos, los mismos que hasta hace un día antes, podían ser realizados con extrema facilidad, hacen derivar en el 30-35% de los casos, la verdadera depresión, que retrasa la rehabilitación y se autoalimenta con pequeños normales fracasos que pueden presentarse durante la terapia.
Identificar la depresión
Los especialistas han identificado 9 síntomas que caracterizan la depresión: pérdida del apetito, pérdida de peso, disturbios del sueño, sentido de tristeza profunda, pensamientos de muerte, baja autoestima, dificultad para concentrarse, cansancio, pérdida de interés por cualquier cosa, agitación o ralentización psicomotora; si al menos 5 de estos síntomas están presentes contemporáneamente y cotidianamente en un sujeto, se puede hablar de depresión.
En el caso de ictus, muchos de estos síntomas pueden ser debidos también a lesiones cerebrales derivados de la enfermedad, y hace extremadamente difícil también para el médico especialista diagnosticar una depresión post-ictus.
Es fundamental, que se haga lo posible para evitar la caída psicológica del paciente, ya que el desinterés por las cosas provocado por la depresión puede impedir la progresión de la rehabilitación y puede aumentar cada día más en cada mínima dificultad.
Lamentablemente otro elemento que puede ralentizar la recuperación de un paciente, es la falta de apoyo familiar en el difícil camino de la terapia.
Rol familiar
La depresión post ictus no se trata solamente del enfermo, sino también de aquellos que deben hacerse cargo, los cuidadores.
La vida de un familiar cambia completamente después del ictus de un pariente, deben redefinir los roles en familia, es necesario establecer nuevas reglas, en el caso de que hayan niños, es necesario encontrar una manera y las palabras correctas para explicar lo sucedido y el sentimiento de impotencia, profunda tristeza y preocupación puede impedir el logro de todo esto, y puede hacer que también los sujetos cercanos al enfermo sufran un estado de depresión.
Cuidar de quien no logra comer, hablar o entender más, puede ser de verdad agotador y es normal que se instauren procesos mentales que alternan rabia por lo ocurrido, y también sentidos de culpa por no poder hacer más; todo esto (que sin embargo entra en la normalidad del caso), no hace otra cosa que alimentar la dificultad de rehabilitación del paciente, el cual, tiene la necesidad de un ambiente sereno y de grande apoyo psicológico.
Actuar a tiempo
Cuando se da cuenta de que se necesita ayuda por parte de un especialista, es mejor no vacilar y buscar rápidamente un psicólogo competente (¡o cuando sirve, empujar a un familiar a hacerlo!) y también confiar en el médico si es el a dar el consejo.
Es importante no anular completamente la propia vida, en cambio, hay que mantener los propios intereses y pedir ayudar a estructuras especializadas o amigos, para poder tomarse un poco de tiempo para relajar la mente y el cuerpo, alejándose de un sitio que inevitablemente, especialmente en algunos momentos, son llenos de tristeza y dificultades.
Es fundamental darse cuenta, que el propio bienestar es indispensable para el éxito de la terapia del enfermo, y mientras más el ambiente alrededor de la víctima del ictus sea sereno y relajado, más rápido se pueden presentar mejoramientos y esto hará que recupere confianza en el futuro y de quien esté a su lado.