Con cuatro nominaciones a los Oscar, el sorprendente e intimista filme de Luca Guadagnino podría ser la gran sorpresa en los premios del cine.
Cuando el cine logra hacernos olvidar que es cine, y que lo presentado en pantalla no es únicamente aventura, acción, tristeza, fantasía o éxtasis, lo que se encuentra ante el espectador es la vida misma, abierta en sus cualidades de ensoñación, magia y éxtasis.
El éxito del cine es lograr eso partiendo de un tema tan tabú como la homosexualidad, hacerlo a partir de una trama de descubrimientos e inicios emotivos, al punto de cambiar por completo la perspectiva y llevar al público a repensar el amor y a dejar de lado toda especulación y todo estereotipo.
Call me by your name (Llámame por tu nombre) de Luca Guadagnino, se inscribe, en esa condición de cine que se trasciende como género. Podría, sobre la calidad y la modestia de su producción, resultar la mejor película de los Premios Oscar 2018.
Es una experiencia cinematográfica cargada de simbolismos, una rica vida cotidiana de la campiña italiana y un exquisito y selectivo sentido del humor y unas actuaciones para atesorar en la memoria.
Este drama emotivo, con afinadísimos e inteligentes toques de humor, muestra como la principal conquista del cine no es tanto emocionar, presentar aventuras, desgracias o situaciones cómicas embarcar a sus espectadores en aventuras, emociones.
Tradicionalmente el cine ha visto la homosexualidad al enfoque moralista, a las enfermedades terminales, al escándalo de crónica policial, a la represión ciega de parte de los genocidas del racismo y el fascismo.
El peor error que se puede cometer con Llámame por tu nombre (Call me by your name) es percibirla como una película sobre sexualidad temprana alternativa, o entenderla como crónica visual sobre vínculos íntimos entre dos seres del mismo sexo.
Lo que evoca esta cinta es distinto: honestidad, sensibilidad y poética inteligencia. Y, sobre todo, magia del complejo ser interior del mundo de sus personajes. Es una aventura de despertares humanos, de amor resuelto como expresión del ser, alejado todo cliché o estereotipo estigmatizante.
La obra de Guadagnino, increíblemente excluido de nominación como mejor director), con guión de James Ivory, adaptación de la de la novela corta (40 páginas) de André Aciman, es una poética, delicada y sentida crónica de sensibilidades, símbolos, encuentros, soledad y riqueza humana, que envuelve al espectador con un cuidado recorrido de imágenes cotidianas ensoñadoras y un afinado estilismo visual y sonoro y al extremo de colocar en un plano secundario el tema de la gay y transformarse en una experiencia que trasciende lo cinematográfico.
Nominada a mejor película, mejor actor, mejor guión y mejor canción, se trata de una de las mejores crónicas fílmicas del cine de los últimos años sobre la experiencia del primer amor con un discurso visual de imágenes y símbolos que embelesan y cautivan. Una verdadera injusticia el no haber nominado a su director. Que los amantes sean del mismo sexo, es pura circunstancia.
La obra de Guadarigno es una obra marcada por la sencillez y la delicadeza, factores que encandilan con su suave luz a quien acude a este desafío del cine como experiencia que trasciende la perspectiva tradicional de lo “gay”, como lo han hecho Luz de Luna (Moonlight ), ganadora del Oscar 2017, y Brokeback Mountain, unidas a otras que plantearon el tema sin vincularlo al escándalo, o la crónica policial o la perspectiva del escándalo, tal cual ha ocurrido con La calumnia, Philadelphia, El beso de la mujer araña,
Transamérica y Cabaret, entre otras.
Sus tres actuaciones fundamentales, las del joven Timothée Chalamet (Elio Perlman), la del veterano Armie Hammer, – Oliver – (increíblemente el mismo que protagonizó el desastre comercial llamado El Llanero Solitario) y el padre de Elio Michael Stuhlbarg, conforman un espectro actoral que no será olvidado nunca.