Por años, hemos venido insistiendo, en que había que ponerle atención a la constante arrabalización del entorno donde se instalaban los haitianos ilegales.
Decíamos que, un punto turístico como el Mercado Modelo de la avenida Mella, dejó de serlo, por la suciedad y el desorden en su entorno generado por la presencia de esos ilegales, pero mucho más por la desidia de las autoridades que no jugaron su papel de control ciudadano.
En esa zona, con la Calle Benito González como vía principal, se instauró “El pequeño Haití” con su secuela de anarquía, basura y promiscuidad.
Un barrio que, como ironías del destino, la mayoría de sus calles llevan los nombres de los primeros Trinitarios. Aquellos que, inspirados por Juan Pablo Duarte, encendieron la tea de la libertad para librarnos precisamente del yugo haitiano.
Las autoridades no hicieron caso. Como el avestruz, metieron la cabeza en la arena y pretendieron que, al no verlo, el problema dejaba de existir.
Hoy, ya comenzamos a oír voces como la del empresario turístico Frank Rainieri, a dar gritos no de alerta, pues se está haciendo tarde, sino alaridos de desesperación al ver que lo que sucedió en los alrededores del Mercado capitalino, se está repitiendo, con mayor rapidez en el entorno de Bávaro y Punta Cana. Buques insignias del turismo dominicano.
Ahora se dan golpes en el pecho, pero estos fueron los mismos actores que, cuando comenzaron a construir estos bellos Resorts, contrataron esos ilegales para conseguir mano de obra barata, casi esclava, pues le pagaban sueldos de miserias y de ñapa, no cotizaban a la seguridad social.
Nunca se preocuparon por regularizar esa masa hambrienta y desorganizada, pues al no hacerlo, ahorraban muchísimos millones de pesos.
Ahora están expuestos a una hecatombe sin parangón, pues el mismo monstruo que ellos crearon se los puede engullir.
Para desgracia de nuestro país, de las patas que sostienen la economía dominicana, el turismo es la más frágil. Tiene que suceder una verdadera catástrofe en la diáspora dominicana para que las remesas, otra de las patas de esa mesa económica, dejen de fluir.
Pero basta con que se destape, en cualquiera de nuestras zonas turísticas, un brote de cólera, malaria, dengue, zika o tuberculosis, enfermedades endémicas o nativas en Haití y que son transportadas a nuestro país por una ola de inmigrantes que ingresan a nuestro suelo sin el más mínimo chequeo sanitario, a sabiendas de que una gran cantidad de ellos son portadores de enfermedades de alto riesgo.
Tocamos madera para que eso no suceda y que no se contagien nunca dos o tres de los turistas de los que nos visitan. Esa sería la bola de nieve que provocaría un alud, pero en sentido contrario, de visitantes abandonando nuestro suelo.
Todos sabemos lo difícil que es recuperar un punto turístico que se pierde. Puerto Plata tomó más de 20 años recobrarlo y no era, ni por asomo, un polo tan importante como lo es Punta Cana y Bávaro en la actualidad.
Saquémosle la bala a ese revolver y detengamos la travesura de la ruleta rusa con el turismo. En ese juego no hay absolutamente nada que ganar. Pero podríamos perderlo todo.
Sería un deprimente espectáculo ver a los dominicanos, en su propio territorio, peleándoles a los haitianos, esta vez no un pedazo de tierra, sino, un trozo de miseria.
Marzo 2018