(Una vivencia con Stephen Hawking en Roma, un año y meses antes de su partida hacia el infinito).
Hace más de veinte años leí su “Historia del Tiempo, del big bang a los agujeros negros”, producto de un cerebro vivo en un sistema neuro muscular casi paralítico.
Desde entonces mis profanos conocimientos de ciencia y astronomía han estado despiertos y abiertos a la imaginación.
Así discurrieron doscientos cuarenta meses de nebulosas incógnitas y misterios de la vida hasta ese día.
Era la noche romana del jueves 1ro. de Diciembre 2016.
Salíamos mi esposa Rita y yo de la recepción de recibimiento al nuevo embajador de Guatemala ante la Santa Sede, celebrada en el Grand Meliá situado en el comienzo de la subida de la colina del Gianicolo, Roma, Italia
– Un momento -Nos dice el botón- deben esperar.
Se abre el ascensor. Qué pasa, pienso yo, doy una vuelta a la mirada, giro de nuevo la vista, y aparecen enfermeras con un hombre desplegado en una camilla.
Nos miramos mi esposa y yo asombrados ante esta sorpresa.
– Pasen ya, pueden caminar — nos dice el botón.
Caminamos por un pasillo en busca de nuestros abrigos y al retornar de nuevo para marcharnos por la puerta de salida del lobby del Meliá allí estaba aquel ser extraordinario nacido en 1942 a quien en 1963 le pronosticaron solo dos años más de vida:
Stephen Hawking
Él estuvo la última vez una semana por lo menos en Roma.
Participó en un encuentro de expertos en la Academia Pontificia de las Ciencias, la más antigua academia científica de Europa.
Fue saludado en esos días por Papa Francisco, y en el pasado conoció a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Juan Pablo II levantó la censura que existía contra el astrónomo Galileo Galilei. Hawking nació el 8 de enero de 1942, cuando se cumplían 300 años de la muerte de Galileo.
Roma, 14 de marzo 2018