Pedro Pablo Kuczynski, aborto de una coyuntura que lo convoca al estrellato, se marcha del poder acosado por la misma ventosa que lo empujó: el antifujimorismo, un estado imaginario solo cohesionable en campaña electoral.
Hace décadas que en Perú los aglutinadores antagónicos de mayor peso electoral son el fujimorismo y el antifujirismo; el primero, ha tenido prácticamente ganadas las dos últimas elecciones presidenciales, pero en la milla final, emerge la coalición que lo detiene con un invento que pudo haberse llamado Ollanta Humala o Kuczynski, el objeto es que la mayor heredera política del fujimorismo, Keiko Fujimori, se quede con el moño hecho.
El caso es que, al llegar al poder, la realidad que empuja al poder no garantiza de por sí sola la gobernabilidad, por los que los mandatarios llegan al rápido convencimiento de que hay que entenderse con la fuerza contraria a la que le ha dado el triunfo electoral.
Lo que aseguran que a PPK lo ha barrido el escándalo Odebrecht no dejan de tener razón porque contribuyó bastante a debilitarlo para que el toro real lo terminara de embestir, en una combinación que solo la realidad mágica latinoamericana produce, la combinación de una fuerza y su contraria para materializar un objetivo.
Más que Odebrecht a Kuczynski, antes de lo imaginado, lo ha regresado a la vida común, el antifujimurismo con la ayuda entusiasta del sector mayoritario del fujimorismo.
De la batalla Odebrecht había sobrevivido en condiciones similares a las del general Pirro frente a Roma, cuando la actuación oportuna de Kenji Fujimori lo salvó de la encerrona de Keiko Fujimori para aprobar la vacancia presidencial por incapacidad moral permanente, pero la falta de experiencia política lo llevó a querer recompensar el favor de su sobrevivencia, sin haber superado la debilidad del embrollo del que acababa de liberarse.
Producir el indulto de Alberto Fujimori apenas tres días después de librarse de la vacancia por caso Odebrecht le desata un escándalo que erosiona la escasa base de apoyo con la que había quedado, y todos los que abogaron por llevarlo al poder acabaron pregonando horrores en su contra y clamando por su salida del poder.
La izquierda empezó a trabajar la vacancia por haber producido el indulto y, Keiko, que había fracasado por el tema anterior, los convence de que, si quieren su apoyo para echarlo del poder, no puede ser por el indulto de su padre, primero, por ser hija; segundo porque su base de apoyo es Fujimorista, por lo que se conviene que tema de la segunda intentona de destitución siga siendo haber mentido por caso Odebrecht.
Pero como Kenji sabía que verdadero motivo era el indulto, empezó a maniobrar de nuevo tratando de minar las fuerzas del fujimorismo, e iba teniendo algún logro hasta que la hermana lo hizo grabar, haciendo ofertas de soluciones gubernamentales para los más pesarosos, dañándolo todo porque hasta los convencidos por lealtad al viejo Fujimori se devolvieron para no figurar como receptores de prebendas a cambio de salvar a Kuczynski, quien no tuvo mejor opción que la de renunciar en la víspera para ahorrarse las consecuencias legales de la destitución.
Pero al jugársela reanimando el expediente Odebrecht, Keiko Fujimori, ha prendido unos tizones que la pueden quemar porque ella también está comprometida en las delaciones premiadas al igual que los ex presidentes Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Alan García, de manera que la serie apenas empieza.