Mi amigo Emilio Pérez me envió un sustancioso mensaje sobre la realidad que enfrentan los seres humanos en el trajín de sobrevivir a las dificultades que enfrentan antes de abandonar este mundo.
Su inquietud se fundamenta en saber qué hacer cuando muramos con el dinero ahorrado, muchas veces con grandes sacrificios.
Esa preocupación, la comparto. Creo que debe servir de reflexión a los que de manera compulsiva buscan enriquecerse, aun a costa de su salud y hasta violando los criterios éticos:
Nuestro dinero permanecerá en el banco. Aun así, cuando estamos vivos no tenemos suficiente para gastar.
En la realidad, cuando partamos, habrá mucho dinero que no nos habremos gastado.
Uno de los magnates de negocios en China murió, su viuda quedó con 1.9 billones en el banco y se casó con su chofer. Su chofer dijo: "todo el tiempo pensé que yo trabajaba para mi jefe, ahora me doy cuenta que mi jefe trabajaba para mi todo el tiempo".
La cruel realidad: es más importante vivir mucho que tener riquezas. Así que, debemos esforzarnos por tener un cuerpo fuerte y saludable, no importa realmente quién trabaja para quién.
En un teléfono de última generación, el 70% de sus funciones ¡son inútiles!
Para un vehículo lujoso, 70% de la velocidad y los aditamentos no son necesarios. Si posees una casa o villa lujosa, 70% del espacio no se usa ni se ocupa.
¿Qué tal las prendas en nuestros guardarropas?, 70% de ellas no las usamos.
Una vida de trabajo y ganancias: 70% es para que se lo gasten otros.
Así que, debemos proteger y hacer un buen uso de nuestro 30%. Ve a un chequeo médico, así no estés enfermo.
Toma más agua, así no tengas sed. Aprende a dejar ir, incluso si te enfrentas a grandes problemas.
Esfuérzate para dar tu brazo a torcer, incluso si estás en lo cierto.
Permanece humilde, incluso si eres muy rico y poderoso. Aprende a estar satisfecho, incluso si no eres rico.
Ejercita tu mente y cuerpo, incluso si estás muy ocupado. Haz tiempo para las personas que te importan. Especialmente, pon a Dios como la prioridad de tu vida.
Excelente aporte. Ciertamente, es así.
Cuando fallecemos, si tuvimos la suerte de ahorrar un dinerito, todo se queda. Nos introducen en un ataúd adquirido bien tapizado, con una ventanita y un cristal diminuto para que la gente nos observe por ratos, llore, exprese sus penas y emociones, algunas veces fingidas.
La inversión financiera en ese sarcófago se desinfla tan pronto se llega al cementerio, donde el sepulturero deberá destruirlo a martillazos, entre los sollozos de los dolientes, para evitar que se lo roben.
Nos maquillan y visten en forma apropiada (así se evitan las críticas), con las manos cruzadas sobre el pecho, sin zapatos y sin dinero en los bolsillos; luego introducen el cuerpo siete pies bajo tierra o nos depositan como basura en progreso de descomposición dentro de un nicho construido con rapidez en terrenos alquilados en el camposanto.
En otras situaciones, nos incineran a un alto costo económico. En definitiva, nos sepultan sin el dinero que con tanto afán llegamos a ahorrar.
Entonces, ¿por qué tanto interés en acumular riquezas, muchas veces mal habidas, si no nos las llevamos a la tumba?
Lo más razonable es disfrutar en vida con inteligencia parte de los ahorros en viajes, buenas comidas, diversiones con la familia, reservar una parte para comprar buenos libros, cubrir gastos de salud cuando nuestro organismo sucumba ante las enfermedades catastróficas: derrames cerebrales, cirrosis hepáticas, cáncer, crisis intestinales, diálisis por averías renales, ataques cardiacos, diabetes, y otras patologías asesinas.