Que tontos o que ingenuos somos. Que ignorantes, que fácil nos marean y nos engañan. Perdimos el sentido crítico.
Pobre pueblo que va al matadero sin protestar, sin oponerse, como un rebaño de reses camino al sacrificio, porque no tiene un camino que seguir, un líder a quien escuchar y que lo guie hacia la libertad y la justicia.
Pobre pueblo que vende su voto y su conciencia cada cuatro años hasta por una cerveza, sin detenerse a pensar en los mil 460 días restantes durante los cuales otros se enriquecerán con un discurso de bonanza y prosperidad en tanto la pobreza y la marginalidad de los de abajo no se detiene.
El gobierno, apoyado por un grupo de patriotas de pacotillas que se expresan en las redes sociales manipulándolas y una prensa cada vez más amarilla, ha estado sembrando el odio y la venganza contra un pueblo, pobre, indefenso, aislado y despreciado por el color de su piel, su religión y su idioma.
Haití no es un peligro para el pueblo dominicano. Y probablemente no lo será nunca. Recurrir a la historia para alimentar el odio y la venganza es absurdo. Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam que le costó a ambos pueblos miles, millones de muertos y hoy tienen una relación fraterna. Alemania fue dividida y destrozada por la segunda guerra mundial. Hoy Alemania está unida y su amistad con Rusia, Inglaterra y Estados Unidos no puede ser mejor.
La historia está llena de pueblos enfrentados por una razón u otra, pero al final la sensatez de la política, el comercio y el negocio, los ha unido.
Y mientras la propaganda xenófoba toma fuerza en los medios de comunicación y las mentes de las personas, olvidamos temas y problemas más urgentes.
El racismo y el odio contra los haitianos coinciden –extrañamente- con sacar expedientes de la palestra pública; temas tan serios como los sobornos por cinco millones de dólares en la compra a sobreprecio de los aviones Súper Tucano.
Coincide también con el olvido de los 92 millones de dólares que la Odebrecht admitió haber entregado a funcionarios y legisladores para obtener los mejores contratos de obras que luego fueron sobrevaluadas. No hablamos, que raro, de la oficina de sobornos instalada en nuestro país por asunto de “seguridad”, ni de la presencia del estratega Joao Santana como jefe de campaña electoral de Danilo Medina, quien lo elogió y le agradeció sus grandes aportes para llevarlo a la presidencia. Los vínculos del presidente Medina con Odebrecht son más que evidentes. (¿¡)
Nos olvidamos hasta de la “resurrección” de Quirinito que le costó al narcotráfico más de 50 millones de pesos, según han calculado las propias autoridades, pero nadie ha sido cancelado ni arrestado.
Mientras andamos “cazando” haitianos que el propio gobierno permite su entrada a nuestro territorio, la corrupción y el vandalismo no se detienen.
En otros países, como Perú, un presidente debió renunciar, otros están siendo perseguidos. Donde Odebrecht sobornó presidentes y funcionarios se han producido renuncias y encarcelamientos. Menos en la Republica Dominicana donde el escándalo es tan o más grande que los demás países. Aquí no ha pasado nada por la ausencia de una oposición que incluye “la falsa izquierda”. Y porque además Danilo tiene “su” Congreso. Por eso lo compró, para protegerse.
No le hagamos el juego a los xenófobos, exijamos que los casos de corrupción sean resueltos y que los culpables terminen en la cárcel.
El problema fundamental de este país no son los haitianos, son los corruptos que se roban la felicidad y la esperanza del pueblo de manera impune impidiendo que todos tengamos agua potable, salud, educación, viviendas, energía eléctrica, empleos dignos y seguridad.