Un fenómeno bastante singular se está dando con hombres y mujeres que huyendo a la pobreza o la persecución política en sus respectivos países llegan al nuestro en masas por los aeropuertos siendo recibidos con los brazos abiertos, ofreciéndoles una solidaridad inigualable, a lo que no me opongo. A lo que opongo es a la discriminación, a la xenofobia.
En un club social me encontré en la puerta con una hermosa joven que daba paso a los socios. Le pregunté. ¿De dónde eres? Venezolana, respondió. –Si fueras haitiana no estaría ahí- le dije.
Los venezolanos y las venezolanas están laborando en los restaurantes, bares, prostíbulos, súper mercados, salones de belleza, hoteles, auto adornos, talleres diversos, etc. Igual que los colombianos.
Aclaro, no tengo nada en su contra. Al contrario, me simpatizan al igual que los puertorriqueños y de otras nacionalidades, lo que me molesta, reitero, es la discriminación, la inequidad, es el trato que le damos a unos y a otros que no siempre es el mismo.
Los venezolanos, argentinos y colombianos son blancos, ojos claro y pelo lacio (“bueno”) al estilo anglosajón.
Tienen cierto nivel de educación que se advierte cuando hablan. Ellos hacen el trabajo de los dominicanos, contrario a los haitianos, negros y “feos” contra quienes hay una campaña racial de odio, venganza y violencia.
Pero ocurre que los haitianos hacen el trabajo que hace tiempo no hacen los dominicanos, como el corte de la caña, la construcción de torres y avenidas, y en los campos agrícolas de terratenientes, como esclavos muchas veces.
Y si el extranjero es estadounidense, canadiense o europeo, se lo damos todo a cambio de nada.
La actitud dominicana frente al extranjero es antológica. Digamos que desde los tiempos de Cacique Guacanagarix que se mostró complaciente con los invasores que encabezados por Cristóbal Colón, intercambiando oro por espejos.
El “complejo de Guacanagarix” se expresa en el culto a los extranjeros en perjuicio de nosotros mismos. El poeta René del Risco Bermúdez describe esa situación magníficamente bien en el poema “Oye Patria”. Todo lo bueno está en el extranjero. Aquí nada sirve, dicen los que de eso viven, como afirma el poeta. La Patria de los Trinitarios ha sido entregada en bandeja de plata en múltiples ocasiones desde la época de la colonia. Los grupos de poder nos han “desdominicanizado” a tal grado que si Estados Unidos abre sus puertas dejamos la media isla desierta.
Ese fenómeno de alabar lo foráneo y maldecir lo autóctono lo vemos en las tradiciones que con el tiempo se han ido perdiendo, sustituyéndolas por otras que nada tienen que ver con la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Pero no solo los dominicanos hemos sido complacientes con los de afuera en detrimento de los de adentro. Durante la invasión española en lo que hoy llamamos América Latina, el caso Mexicano, por ejemplo, tiene su particular historia.
La Malinche era una reina hermosa, que llegó a dominar tres idiomas, entre ellos el castellano, lo que le permitió ser traductora y amante del invasor Hernán Cortez con quien incluso tuvo un hijo. Ella fue un soporte muy importante en la victoria de los españoles en contra de su propio pueblo que fue masacrado por los imperialistas destruyendo a su paso miles de años de cultura Maya.
El cantautor Gabino Palomares escribió en 1975 “La maldición del Malinche” una canción que de seguro muchos han escuchado en Las Favoritas de Juan T H cantada magistralmente por la también mexicana Amparo Ochoa. Aquí algunos trozos de la canción.
“Se nos quedó el maleficio
De brindar al extranjero
Nuestra fe, nuestra cultura,
Nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando
Oro por cuentas de vidrio
Y damos nuestras riquezas
Por sus espejos con brillo”.
“Hoy, en pleno siglo veinte
Nos siguen llegando rubios
Y les abrimos la casa
Y les llamamos amigos.
Pero si llega cansado
Un indio de andar la sierra
Lo humillamos y lo vemos
Como extraño por su tierra”.
Tú, hipócrita que te muestras
Humilde ante el extranjero
Pero te vuelves soberbio
Con tus hermanos del pueblo.
Oh, maldición de malinche,
Enfermedad del presente
¿Cuándo dejarás mi tierra…?
¿Cuándo harás libre a mi gente?