El afán por acumular dinero y en ocasiones indebidamente ha sepultado la trayectoria e imagen de más de una generación de periodistas.
Algunos en ese proceder han tenido que afrontar inmensas adversidades poniendo inclusive en riesgo su propia salud, otros lamentablemente ya no están en este espacio terrenal.
Ahora bien, ello no es exclusivo de la República Dominicana, porque en otras naciones particularmente latinoamericanas ha pasado lo mismo.
El acercamiento con el poder que tienen los periodistas especialmente los de la fuente política, permite agenciarle determinados vínculos entre los líderes y funcionarios de las estructuras del Estado.
¿Y ese factor incide para que algunos periodistas se corrompan en su ejercicio profesional?
No podemos subestimar el valioso aporte que representa la libertad en la organización democrática de la sociedad.
Cuando desde los medios de comunicación social nos hacemos indiferentes ante las injusticias, atropellos y crueldades que ejerce el poder sobre la población indefensa, incurrimos en un atentado contra el derecho a la información.
Georges Burdeau, destacado cientista político francés y autor de diversas obras de derecho constitucional y de ciencia política estableció que sin libertad el estado de derecho en una sociedad democrática no podría aplicarse.
Así, la manipulación periodística convertida hoy en una de las acciones más usadas y nefastas a la que se apela desde los medios de comunicación, además de distorsionar el contenido del mensaje introduce elementos violatorios a la ética profesional.
Ética desde el Hogar
Estoy convencido de que la dignidad y ética de un profesional del periodismo o de la comunicación comienza en casa y específicamente, en los buenos ejemplos de nuestros padres.
Esos pasos que un ser humano recorre a partir de los primeros movimientos de su vida en el ámbito familiar serán decisivos en su trayectoria y podrán definir si habrá de ser una buena persona o sencillamente “un sinvergüenza”.
¿Con la perversidad se nace o se construye a partir del escenario social en que nos desenvolvamos?
Hay un viejo refrán que expresa que entre bomberos no nos pisamos la manguera. Sin embargo, lo escribo con claridad meridiana, no todos los periodistas dominicanos somos corruptos.
Existen plumíferos que trafican, manipulan, extorsionan, asaltan, engañan y lanzan al zafacón la dignidad de los periodistas decentes, patriotas y profesionales comprometidos con los mejores intereses nacionales.
En el país hay muchos hombres y mujeres de la pluma, cámara y micrófono honesta; empobrecida, pero con dignidad, que nunca han traficado y extorsionado a nadie en su ejercicio profesional, pese a sobrevivir con evidentes limitaciones económicas juntos a sus familias.
La mayoría languidecen porque ya en la redacción de los medios de comunicaciones tradicionales no tienen empleo; son en realidad, desechos humanos que sobreviven en medio de la miseria y el olvido; sin un hogar propio, desamparados, sin seguros médicos, sin poderse alimentar debidamente, algunos todavía respira por la solidaridad de familiares.
Conozco colegas con padecimientos de enfermedades coronarias, renales, diabetes, problemas oculares y otros que han sufridos infartos y trombosis cerebrales.
El estrés producto del pluriempleo al que la mayoría de los periodistas recurren tratando de aumentar sus limitados ingresos es uno de los factores degenerativos de esas enfermedades.
Corrupción Periodística
Desde algunos medios periodísticos se han creado en los últimos años estructura mafiosa para vender noticias, reportajes, opiniones y entrevistas entre políticos y funcionarios públicos y privados. Allí, se reparten el pastel por los “servicios prestados” no tan solo periodistas sino igualmente, productores y hasta coordinadores de programas radiales y televisivos.
Probablemente en los diarios impresos y digitales haya más pudor y hasta cuidado para comercializar con la información, pero siempre se ha dicho que ciertos columnistas venden al mejor postor sus opiniones.
Ese mal comportamiento busca legitimar inclusive en los ámbitos faranduleros entrevistas exclusivas a representantes del “bajo mundo”, que con su sombrilla y camuflaje del “auge y pegada” que tiene actualmente el denominado género urbano, contribuyen a generar un ambiente ruidoso generalizado y de antivalores.
El contenido de ciertos programas radiales y televisivos es sencillamente deprimente tanto por el uso de palabras obscenas y descompuestas, así como por las violencias verbales y hasta físicas exhibidas entre “comunicadores”.
Ya hasta para vender un plátano en las vías públicas hay que escandalizar e intranquilizar a la población con el soporte de enormes bocinas, convirtiéndonos en una de las naciones más ruidosas del mundo.
Vendo mi Pluma
Ciertamente, hay periodistas corruptos que hoy exhiben riquezas que no pueden justificar, que bailaron la fiesta corruptiva de distintos gobiernos, incluyendo por supuesto, la mega corrupción de la Odebrecht donde están embarrados dirigentes políticos, funcionarios, empresarios, jueces y congresistas de distintos partidos políticos.
Hacia la década del setenta la prensa honesta y democrática del país fue la aliada principal de los sectores sindicales y políticos que luchaban en las calles por el respeto a los derechos humanos, las libertades públicas, a la libre difusión de las ideas y por reivindicaciones sociales.
Los principales noticiarios radiales a la cabeza “Noti Tiempo” difundido en Radio Comercial, se convirtieron en la trinchera del honor de la sociedad dominicana.
Era un periodismo combativo y de entrega por las mejores causas, en defensa de la identidad nacional, de honestidad profesional y de mucho, pero mucho amor por el país.
¿Pero que ocurre actualmente? Un crecimiento de las plataformas mediáticas, introducción de novedosas tecnologías, mayor profesionalización de los periodistas pero al mismo tiempo, dejadez y apatía hacia los problemas que afectan a los desamparados de la fortuna.
La expresión de Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”, ha pasado al olvido entre comunicadores que buscan el lucro personal por encima del interés nacional.
El pueblo dominicano siempre tuvo en la prensa un “soporte” y apoyo moral en la difusión de noticias de los sindicatos, gremios profesionales, partidos políticos, organizaciones campesinas, comunitarias y barriales así como clubes deportivos y culturales.
Javier Darío Restrepo, experimentado maestro del periodismo e investigador colombiano ha planteado que la corrupción es actualmente uno de los principales desafíos de la prensa latinoamericana.
Veamos lo que a continuación expone sobre el tema:
Es un hecho que a buena parte de la prensa en nuestro continente sólo le alcanzan los arrestos para crear conciencia de consumidores o de fanáticos de estadios, cuando es lo cierto que disponemos de instrumentos capaces de crear conciencia de humanidad y de dignidad. Estos pensamientos culminan en un interrogante severo: ¿qué estamos haciendo con nuestra influencia?
Limitarnos a contar la historia de cada día es un pobre objetivo profesional y una vergonzosa manera de apreciar esta profesión.
¿Acaso lo que se espera de la prensa y lo que ella puede hacer, es solamente entrevistar y reportar, pero no influir? ¿Nos hemos convencido, acaso, de que no podemos cambiar algo en materia de corrupción?
Pienso que tendría que cambiar mucho de lo que hay. Y esto es lo que hay:
• Una prensa, con excepciones, desde luego, instrumentalizada por los políticos y gobernantes que ven en la corrupción ajena un argumento de ataque a los contrarios quienes, a su vez, se defienden con la misma arma de modo que las audiencias, eso que llamamos opinión pública, han de concluir que unos y otros son corruptos y que nada hay que hacer. Mientras tanto la prensa en vez de asumir un papel crítico creíble, se alindera para amplificar las voces acusadoras de unos o de otros. Convertir la corrupción en arma arrojadiza de los políticos para atacar a los contrarios, es una forma de banalización que condena a la sociedad a convivir y aceptar como rutina cultural las prácticas de los ladrones y estafadores.
Nada más que agregar, escribo yo; ahí termino.
Artículo de Manuel Díaz Aponte