Como líder y conductor de masas, a Daniel Ortega se le acaba el tiempo. Ya no es lo mismo ni es igual. De paradigma que fue de amplios conglomerados de la juventud latinoamericana y de otras latitudes, desde antes de la entrada triunfal del sandinismo en Managua -dentro de un año hará cuatro décadas- ha devenido en un gobernante sin brillo y sin carisma.
Los ojos del mundo miran hacia Nicaragua. Un ensarto de contrariedades entre el oficialismo y los más variopintos sectores en ese país, incluidos la oposición política, los empresarios, la jerarquía católica, los estudiantes, gremios profesionales, han devenido en protestas duramente reprimidas por la Policía y grupos leales al régimen, con saldo de más de 125 muertos de abril para acá.
Las masacres perpetradas, a lo que se agrega la cerrazón del gobierno para poner freno a la situación, provocaron que la iglesia se retirara de las conversaciones con esos fines.
Informaciones dan cuenta que el detonante fue el intento de reforma a la seguridad social. A lo que se añade el pedido de los empresarios por adelantar las elecciones y renovar el tribunal electoral. Por demás, la economía en el país centroamericano no está en su mejor momento.
Ortega, otrora poseedor de un aura natural de líder de multitudes, curtido en las hazañas de la lucha contra la dictadura somocista, ya no puede considerarse un ejemplo a imitar en Nicaragua. Dirigentes sandinistas de antaño rompieron todo vínculo con su gobierno y con su persona, casos de Sergio Ramírez Mercado, Ernesto Cardenal, Dora María Téllez, Edén
Pastora, Herty Lewites, Víctor Hugo Tinoco, entre otros.
En las calles de Managua y las más importantes ciudades del país, las barricadas en las vías públics (otrora aliadas por la causa del movimiento sandinista), ahora son hostiles a Ortega.
Pero, junto a su mujer y vicepresidenta Rosario Murillo, él se aferra al poder, muy a pesar de los tantos obstáculos en su contra. Las protestas contra su gobierno, además de la capital Managua, se sienten con fuerza en Estelí, Matagalpa, Chinandega, Masaya, León, y otras ciudades.
Contrario a lo que aconteciera hace 39 años, cuando el heroicismo copó las calles de Nicaragua para catapultar el triunfo de la revolución sandinista, de amplia resonancia a nivel mundial, todo indica que la lucha contra el “orteguismo” no tendrá vuelta atrás.
En cuestión de un mes y medio, los muertos que ha puesto el pueblo son un indicativo de que el gobierno de Ortega puede tener los días contados.