Una pena que, pese a su calidad como espectáculo, su enfoque resulte una distorsión histórica y un rechazo a la postura social de inclusión. Hay que dejar el arte ocupe el tiempo y el lugar que le corresponde. Todo aditamento forzado, por muy evangelístico que sea, sobra.
Cuando concluye espectáculo escénico La Causa, de Locis Septem, los sentimientos que embargan al espectador son una mezcla inusual de lo bueno y lo no tan bueno que se ha visto en tablas.
Se siente con fuerza el talento artístico joven, multi expresivo en sus aspectos: actuaciones al nivel de personal nuevo que debuta, coreografías realizadas con gracia, coordinación y acierto; vestuarios realizados con cuidado y profesionalidad; un trabajo escenográfico y coreográfico que sorprende.
Se percibe una entrega en la realización de los recursos técnicos: uno de los universos de sonido mas envolventes y poderosos sentidos en el Teatro Nacional; un diseño de luces adecuado y efectivo y, sobre todo, el modernísimo y bien pesando montaje audiovisual, que incluye el empleo de una pantalla central sobre la cual se insertaran imágenes producidas digitalmente como sustento de las acciones escénicas (con diseños visuales audaces, interactivos, animaciones con un sello muy profesional), dejando claro que tras La Causa, hay un concepto de arte con derecho propio a desarrollar su tema.
El monologo La Constitución, a cargo de la niña Laila Taveras, de 8 años, por la intensidad con que es interpretado, fue un de los puntos interpretativos mas sorprendentes y firmes de todo el espectáculo.
Como arte escénico, entre estos muchachos habría que tomarles en cuenta (sobre todo por la hermosa introducción coreográfica del número sobre el Merengue Dominicano Soy, una versión original y los números que hacen los militares de la resistencia.
La producción se atreve a representar, incluso con éxito, confrontaciones a tiros y peleas de persona a personal, con bastante buen criterio.
Objetable
Nadie, en nombre de arte o causa religiosa alguna, tiene derecho a manipular la conciencia de la gente a partir de tergiversar hechos procesos sociales. Para usted hacer valer sus criterios, no tiene que dinamitar la de los demás.
Fue un abuso proyectar de imágenes de la Revolución de Abril en un contexto impropio e irrespetuoso de esa gesta; fue un error de concepto la distorsión de la lucha de las mujeres por derecho al amor y el respeto a su cuerpo y sobre todo, en nombre de concepciones religiosas, condenar la línea social de la inclusión social, destinada a eliminar el discrimen, el prejuicio y la represión de sectores por ser “distintos” a lo aceptado.
Los responsables
El espectáculo escénico La Causa es suma de una serie de notables talentos jóvenes: Jatniel Ramírez (Dirección teatral y libreto); Omayra Álvarez (producción ejecutiva); Eva Piccini (Coreografía y vestuario); Moisés Crespo (recursos audiovisuales y antagonista); Pedro Abreu (Dirección técnica); Emanuel Diaz y Alex Cruz (Línea grafica); Imer Ramírez (Videografía y animación); Rasnel Batista y Estephany Mesa (Publicidad) Omayra Álvarez y Troi Orlando Espejo (RP. PP.) Red Internacional de Iglesias Skeklnah Inc. y Ministerio Apostólico Dios es Amor (Auspicio general).
Discursos sobrantes
Fuera de lugar, a nuestro modo las dos intervenciones evangelísticas previa y posterior al espectáculo, ante una audiencia cautiva o cómplice, consciente de las verdades que se habían de decir. No eran necesarias.
Había que presentar el espectáculo con una breve introducción, si era necesario. Pero no reforzar el espectáculo con dos extensos sermones antes y después de…
El joven pastor Riqui Gell es extraordinario, en la onda del humor cristiano, pero estaba fuera del lugar adecuado. Hablo demasiado de si mismo, promovió sus redes sociales y se excedió en el uso del tiempo. Su intervención debe ser reubicada en el templo o incluso hacer algunas experiencias de “stand up comedy” especialidad para la cual tiene talento, sin descontar la visión machista y patriarcal de la mujer y las suegras, ideas totalmente objetables.
La intervención final de la pastora Omayra Álvarez, al final, era un exceso llevado al extremo para lo que la gente allí presente, ya sabía, pero se trataba de aprovechar hasta el ultimo segundo, un escenario como aquel. La tentación era grande y atractiva.
Hay que dejar el arte ocupe el tiempo que le corresponde. Todo aditamento forzado, por muy evangelístico que sea, sobra.