Por Yasiel Cancio, Enviado especial San Petersburgo, Rusia, 26 jun (PL) Por dónde empezar, es tan complejo como la mismísima teoría de la relatividad, la cual, casi un siglo después, muy pocos humanos comprenden: Argentina obró el milagro y clasificó a octavos de final en el Mundial de fútbol.
Por una vez, la suerte no le dio la espalda a la sufrida Albiceleste. Serán los pedidos divinos de El Fletero, ese personaje que hincha como ningún otro por los bicampeones mundiales. Argentina sacó el pecho, más caliente que nunca, para vencer a la combativa Nigeria por 2-1.
Lionel Messi, tan criticado cada vez que viste de azul y blanco, marcó el primero y casi pone el segundo en la pizarra del estadio Krestovski de esta ciudad, pero el portero rival y el poste, al unísono, le negaron otra bendición.
Argentina jugaba su mejor partido en Rusia-2018. Sin gustarse ni exhibir un partido exquisito, dominaba sin mayores sobresaltos; Messi estaba cerca del balón y las opciones mejoraban para los sudamericanos con el paso del tiempo.
Se asemejaba a los elencos argentinos de antaño, aquellos que dejaban la vida en cada jugada y chocaban una y otra y otra vez contra cualquier molino, hasta lograr el objetivo y así enorgullecer a millones de fans en todo el planeta.
Pero llegó el sobresalto. Si no hubiera llegado no sería un partido de la Argentina. Nigeria logró el empate, de penal, en una jugada con polémica extrema, de esas que ocurren en todos -sin excepción alguna- los saques de esquina.
El árbitro principal quería protagonismo -por eso ni se menciona su nombre en la información-. Pudo acudir al videoarbitraje y ver que el agarrón no era para tanto, como mismo ocurrió hace unos días en el Brasil-Costa Rica, cuando Neymar parecía haber sido ultrajado, pero las cámaras lo dejaron en evidencia.
A estas alturas nadie entiende por qué el juez no acudió al VAR, que vale millones de dólares ponerlo en cada estadio, al menos -solo al menos- para consultar la jugada. Se comenta aquí que siempre lleva recio al Barcelona, donde, casualmente, brilla Messi cada año.
Hasta el papa Francisco, argentino de pura cepa, pedía la revisión allá desde sus aposentos en el Vaticano.
Pero nada. Victor Moses burló al arquero argentino Franco Armani -el hombre de River Plata tan pedido por los fans- y convirtió el penal en gol.
Era el empate a uno. Las cámaras, malditas, enfocaron a muchos niños pintados de azul y celeste llorando en las tribunas, pero en realidad lloraban más de 40 millones de personas, lloraba medio mundo.
Argentina asimiló el golpe, perdió fuerza, empezó a ver fantasmas. Nigeria comenzó a crecerse con contragolpes dinámicos y eléctricos, aunque realmente esporádicos.
En una mano fortuita de Marcos Rojos dentro del área, Nigeria pidió penal y esa vez sí, aunque hasta el culpable sabía que no lo era, el árbitro acudió al VAR.
Obviamente, no existía falta, el zaguero argentino había tocado la pelota con la cabeza antes de rebotarle, de pura casualidad, en el brazo.
Suspiró media Argentina, aunque a esas alturas del partido, todo el mundo sabía que el principal jamás podría pisar Buenos Aires…
Las Águilas Verdes, repletas de ganas y energías pese al cansancio acumulado, pudieron irse delante en el marcador después del minuto 80, pero Armani gigante, tapó magistralmente un disparo a bocajarro de Odion Ighalo, para mantener la paridad en el marcador.
Volvían a salvarse los de sudamericanos. A todas luces, la suerte estaba de su parte, algo pocas veces visto en la última década.
Entonces en el 86, Gabriel Mercado -por una vez en el partido- dio una efectivo pase raso desde la banda derecha y el protagonista menos esperado, Marcos Rojos, golpeó el balón como pocas veces en su vida para mandarlo al fondo de las redes.
El bicampeón mundial estaba de vuelta. Nadie tenía en cuenta a esa hora que Islandia empataba con Croacia y con un gol más dejaría fuera a los argentinos, aunque estos derrotaran a Nigeria.
La euforia tuvo su clímax en Maradona, quien, desde las tribunas, expuso al mundo todo el sentimiento nacionalista de su país.
Quedaba poco tiempo. Eran los últimos compases del duelo. Argentina defendió con uñas y dientes, atacó con vehemencia, fue al choque sin miedo alguno y tuvo premio.
En el minuto 95, casi sin desearlo, el árbitro sonó el pitazo final. Islandia incluso perdió en las postrimerías por 1-2 ante Croacia. Los albicelestes regresaron a mundo de los vivos luego de estar en el infierno hace apenas unos días.
A estas alturas, a ningún argentino le importa que la poderosísima Francia sea el rival en octavos de final; solo viven el momento, lo celebran y muchos hasta lo lloran.
Argentina está en octavos y punto. Todo el plantel, después de la demostración de fuerza de hoy, tiene derecho a soñar con imposibles, muchos más si en sus filas tienen al líder del silencio, Lionel Messi.
ga/yas