IEl diputado Jean Luis Rodríguez dijo recientemente que la delincuencia se le salió del control al Gobierno y que la mejor muestra de eso es que los robos y crímenes han aumentado considerablemente en los últimos días en todo el país.
El legislador opositor asegura que la gente teme salir a las calles y que la situación cada día empeora.
Independiente de la motivación política y electorera de esos enjuiciamientos, ese es el sentir de la mayoría de los dominicanos.
Lo de la inseguridad no es asunto de percepción, como insinúan algunos políticos irresponsables. Es una realidad.
Sentimos temor de ser asaltado, o asesinado, por los delincuentes cuando caminamos en las calles y al salir de nuestros hogares o regresar.
Los malhechores se han apoderado de las calles, como si fueran los dueños del país. Asaltan a todas horas para despojar a ciudadanos de celulares, dinero y otras pertenencias; luego se refugian en sus guaridas para planificar las próximas acciones delictivas.
Las mujeres en definitiva son los objetivos preferidos de estas lacras sociales. Entre ellos, hay adolescentes y adultos reincidentes en esas infracciones.
Por temor a la delincuencia, colocamos rejas a las viviendas, como en las cárceles, además de cámaras y alarmas.
Cuando circulamos en vehículos, cerramos las ventanillas, aunque no tenga aire acondicionado, pues nos pueden encañonar en un semáforo desde una motocicleta y obligarnos a entregar lo que con esfuerzo y mucho sacrificio nos ganamos trabajando.
Sentimos miedo cuando vemos a dos extraños circular por un barrio solitario a bordo de una motocicleta. Y si nos estacionamos en un supermercado o en una calle, corremos el riesgo de ser asaltado y hasta asesinado.
Los delincuentes ya no le temen a los policías ni a los militares. Los uniformados también figuran en los objetivos de esos malhechores. Los matan, sin importarles rangos, edad o sexo, para despojarlos de sus armas de reglamento.
Esos hechos preocupan. Cuando en un país no se respeta a los militares y policías, es porque algo anda mal.
De nada han valido los planes gubernamentales para garantizar la cacareada seguridad ciudadana. Todo se queda en allantes y movimientos mediáticos.
Son tan torpes que días antes de tomar medidas contra la delincuencia, las anuncian por los medios de comunicación. Es como avisarles a los delincuentes para que se escondan y no salgan a las calles a delinquir. Es una vieja práctica que se repite cada vez que la población se queja por la ola delictiva.
No nos engañemos, la delincuencia es una pandemia, una estructura fuerte administrada desde los barrios y cuenta con el apoyo de muchos uniformados que han sido sorprendidos atracando y expulsados de manera deshonrosa de sus respectivas instituciones.
Estamos inmersos en una sociedad podrida, carcomida por la violencia de género, atrapada en la delincuencia común, el desfalco al erario público, sin seguridad ciudadana, un desempleo rampante, alto costo de la vida y otras atrocidades.
Mientras eso ocurre, nuestra clase política se muestra indiferente a esa situación. Se pasan el tiempo promoviéndose en los espacios mediáticos y el país convertido en un infierno, ardiendo en llamas, por la impotencia.