Justo en el marco donde el estatus legal de los foráneos que viven en los Estados Unidos está en tela de juicio, el gobierno federal lo ha complicado aún más, anunciando la creación de un “Task Force”, para asegurarse de que las naturalizaciones otorgadas en el pasado, cumplieron plenamente con el estrecho y escrupuloso proceso que estas exigen.
Paradójicamente, la mañana del miércoles 4 de julio, Día de la Independencia de los Estados Unidos, 14,000 inmigrantes juraron ante la bandera de listas y estrellas, para convertirse en ciudadanos americanos. Por lo menos eso, le aseguró el proceso. Puede que no el equipo de revisión que se creará.
Esa reciente ola de exclusión y cuestionamiento al cual se ha estado sometiendo todo aquel que, ha llegado al país de las libertades y los inmigrantes en las últimas generaciones, es una que pareciera estar en conflicto con los valores que crearon la nación americana. Y lo cierto es que si. Lo está. Sin embargo, cuando lo estudias a fondo, tienes que aceptar que tu posible postura personal en torno al tema, está hipócritamente en conflicto con las de tu nación expatriada.
Pudiésemos decir que los norteamericanos nacen siendo excluyentes a los nuevos inmigrantes que llegan a sus costas o fronteras. Pero de igual modo también se pensaría que todo dominicano nace con una posición muy definida, en cuanto a la migración de su vecino hacia el territorio quisqueyano. No obstante, la realidad es que, esa postura no nace con nosotros. Esa idea de rechazo a todo lo haitiano, se nos enseña desde niño, a lo largo de nuestra escolaridad y con fijas insinuaciones sin pelos en la lengua, en los medios de comunicación a cuales somos expuestos a diario.
Sin importar la condición del inmigrante, todo dueño de su tierra, resulta tener sentimientos encontrados cuando cree que su nación está siendo sobre-aprovechada por otros. En especial si son sus vecinos. Es por ello que las poblaciones afectadas refuerzan esa postura de rechazo étnico, religioso y social de todo aquello extranjero, con celebraciones de patriotismo, llenas de tricolor, efemérides y reafirmación de los pensamientos de los fundadores de la idea de su nación. Pero no seamos ilusos, todos sin importar país, con frecuencia dejamos que aspectos raciales y culturales sobresalgan sobre esos símbolos. Conscientes de que, ese instrumento patrio es el más poderoso en cuanto a la diferenciación.
Ahora, los argumentos que pudieran diluir ese fervor, como la justificación humanitaria o la compasión, quedan al margen, cuando nos convertimos en defensores de nuestros terrenos, cultura e intereses. Un acto que pareciera ser único de nosotros, pero uno que terminas validando, cuando al vivir en otro país, confirmas que es un comportamiento universal. Que cada nación tiene un roce social y cultural con su vecino.
Esa realidad es más evidente en los Estados Unidos, cuando intercambias con inmigrantes de otras naciones, y aprendes que lo mismo que acontece en la isla La Española, sucede entre los colombianos y los venezolanos; los argentinos y los uruguayos; los bolivianos y los chilenos; los peruanos y los ecuatorianos, para mencionar algunos.
Aunque el tema de conflicto cultural o económico con tu vecino es uno complejo y aparentemente similar en la historia, en realidad cada caso es único. La discusión posee un valor intrínseco que a pesar de ceder a la convivencia, la misma termina por optar por la respuesta menos atractiva. Porque en ella, los conflictos siempre muestran crecimiento y oportunidad. Pero sobre todo, un espacio de manipulación por parte de los líderes.
Que no se mal interpreten mis palabras o contexto. En nada estoy a favor de los recientes actos de separación familiar en la frontera, ni del posible maltrato que se le extienda a una persona buscando asilo de cualquier tipo. Lo que ha salido a relucir en los americanos que hasta poco se proyectaban como tolerantes, en realidad es que son víctimas de una manipulación y ejercicio propagandístico e histórico que se ha venido repitiendo cada otra generación, por políticos divisivos que utilizan esas inseguridades para capitalizar resentimientos vanos.
Mi llamado lo expongo hacia todo aquel inmigrante que es capaz de exigir más de esta nación que lo que reclama de la que provino. Y lo hago en el marco de que todos aspiramos a que la tierra original nuestra, algún día llegue a emular esta. Porque la compasión que la fundó debe seguir siendo la misma que fue rectificada en la tableta que sostiene la Estatua de la Libertad. Aquella que dicta, “Dame tus cansados, a tus pobres, a tus masas acurrucadas que anhelan respirar libremente. A los miserables desechos de tu orilla. Envía estos, los desamparados, arrojados por la tempestad, ¡levanto mi lámpara junto a la puerta dorada!”
A pesar de que en nuestras naciones de origen hay instrumentos patrios que se utilizan como poderosos elementos de diferenciación, aquí en Estados Unidos no necesariamente. Creo que este es el único lugar en el mundo donde los foráneos que viven en el, celebran la libertad de la nación tan aferradamente. Y lo presencie el pasado miércoles, como me sucede cada verano, al celebrar la Independencia de otro. Sentí en ese momento, que más que festejar una fecha ajena, en realidad estaba ovacionando la emancipación de muchos. Bajo fuegos artificiales, ambientados por el tema musical “They’re coming to America” de Neil Diamond, en una noche que amenazó desde la puesta del sol, en ser húmeda en espíritu y promesas, celebré junto a banderas de listas rojas y estrellas, mis hijos y un grupo de inmigrantes a quien no conocía ni conoceré nunca, la idea de América.