México ha votado con el alma y el corazón por Andrés Manuel López Obrador.
Al buscarle equiparación a tanta pasión, entusiasmo y alegría desbordadas en las urnas mi pensamiento se remite a las elecciones celebradas en Venezuela el 4 de diciembre de 1988, cuando los venezolanos salieron a votar por la resurrección de la Venezuela saudita, encarnada en la figura de Carlos Andrés Pérez, creyendo que regresarían a la bonanza del período 1974-1979. Los porcentajes de ambos triunfos han sido idénticos: 53%.
Lo de López Obrador, en cifras absolutas es aún más impresionante: 30 millones de votos, casi duplicando los 15.9 de Vicente Fox en el 2000 y alcanzando once millones por encima de los que obtuvo Enrique Peña Nieto en 2012, 19.1.
López Obrador ha ofrecido el cielo y la tierra (eso significa contención de la criminalidad, empleos y riquezas) al menor costo. Cero cargas fiscales adicionales porque los recursos para los nuevos beneficios saldrán del combate a la corrupción y de la austeridad en el gobierno. Es el milagro que solo ha logrado Jesús: multiplicar los panes y los peces, con los mismos panes y los mismos peces.
Esta semana redistribuyó 7,660 millones de dólares de los que generará con las políticas de pulcritud administrativa. Destinará 5,618 millones de dólares en planes de becas para 2.6 millones de jóvenes, que también se beneficiarán de parte de esa inversión en empleos de aprendices.
A diferencia de lo que la realidad ha obligado a hacer a Daniel Ortega en Nicaragua: poner a los pensionados a pagar algo por la seguridad, en México será todo lo contrario: 2,042 millones serán para aumentar el ingreso de los pensionados y universalizar las pensiones, que no solo serán para el que la haya tenido ganada sino para todo mexicano en edad de recibirla.
Va a rebajar los sueldos de los altos funcionarios y los técnicos del Estado de alta calificación, y, para pregonar con el ejemplo, no usará ni el avión presidencial, aunque habrá de gobernar uno de los catorce países de mayor extensión territorial en el mundo; no vivirá la mansión presidencial ni tendrá el Estado Mayor Presidencial, el servicio de seguridad para el presidente, los altos ministros y dignatarios internacionales, en un país que cuenta más de 25 mil homicidios por años, y en el que el asesinato de candidatos y dirigentes políticos es tan común como los asaltos y atracos en cualquier parte del mundo.
Ni por asomo deseo que una frustración de las expectativas provoque una situación parecida a la que se produjo en la segunda administración de Carlos Andrés Pérez, que apenas 22 días de posesionada padeció la revuelta popular conocida como el Caracazo, aunque los planes de ambos mandatarios eran distintos: Pérez regresó con políticas de reestructuración macroeconómica; Obrador viene a dar.
Ojalá que la aprensión por el populismo que ha llevado al poder a López Obrador sea infundada y en desafíos como el de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), con Estados Unidos y Canadá logre sacar lo mejor para la economía de su país, y que los mensajes de inicio de su gestión no sean de espantos para las inversiones, porque ambas cosas son claves.
Se ha comprometido a erradicar de cuajo la corrupción, pero no basta la voluntad y la historia de vida del presidente, esa solo sirve para detenerla en la puerta de su despacho.