Los dominicanos celebramos el último domingo de julio el Día de los Padres en medio de júbilos, cariños y francachelas. Es el momento de entregar regalos materiales o en efectivo a los progenitores que están vivos, de enviar mensajes y hacer llamadas en caso de que esos seres queridos estén distanciados.
También es la ocasión de recordar con tristeza a los que ya partieron al mundo de los espíritus dejando sus cuerpos en un nicho o bajado a siete pies de profundidad. Esa es la ironía y la injustica de la vida.
Como el de las madres, el Día del Padre también tiene su historia. La idea ocurrió en 1909, cuando una mujer llamada Sonora Smart Dodd, de Washington, Estados Unidos, propuso celebrar el día del padre.
La propuesta fue acogida con entusiasmo por muchas personas en diversos condados y ciudades estadounidenses, y fue en 1924 cuando el presidente Calvin Coolidge la apoyó al establecer un día nacional en honor a nuestros progenitores. En 1966 el presidente Lyndon Johnson firmó una proclamación que declaraba el tercer domingo de junio como el Día del Padre en los Estados Unidos.
En República Dominicana copiamos esa idea a los fines de instituir fechas para festejar a las madres y los padres. Naturalmente, los principales promotores de esa iniciativa fueron los actores de la economía nacional, en complicidad con el Estado dominicano, que vieron la oportunidad de elevar sus riquezas a través de la publicidad engañosa.
El último domingo de junio celebramos las festividades del Día de las Madres, pero previo a la llegada de esa jornada se desarrollan dos meses de agresivas campañas publicitarias diseñadas con malicia para inducir a los hijos a preparar el presupuesto para los regalos y otros consumos.
Estos depredadores aprovechan el momento para estafar a la población con falsa publicidad, colocando en las vitrinas “especiales” que en la práctica son inexistentes. Esa dosis, esa trampa, la repiten el Día del Padre tomando en cuenta la ignorancia del público.
Como en los festejos de las madres sangran los bolsillos de los ciudadanos, cambiaron la fecha del Día de los Padres porque se consideró que un mes era muy poco tiempo para los usuarios recuperarse económicamente de los gastos de la primera celebración dedicado a las madres por lo que no tendrían dinero para hacer un buen regalo a los padres.
Reconocer a los padrastros, a los tíos, a los abuelos, y en general a todo el que funge como padre, es el mejor regalo que podemos darles, porque son merecedores de que se les celebre este día.
Sin embargo, lo condenable es que se envíen mensajes de felicitaciones precisamente provenientes de sectores que viven explotándolos con horarios esclavistas, negándoles derechos laborales adquiridos, como son un justo salario, pensiones, jubilaciones, servicios de salud y otras reivindicaciones.
Peor aún es cuando esos mensajes demagogos son emitidos por aquellos que están en el deber de garantizarles las condiciones indispensables para un retiro digno, cuando las fuerzas les abandonen y tengan que refugiarse en sus hogares, a expensas de los buenos hijos.
Un día como hoy, miles de padres sobreviven en ranchetas inhóspitas en lejanos poblados, atrapados por las enfermedades terminales (diabetes, derrame cerebral, crisis renales, cirrosis hepática, cáncer de colon, accidente cardiovascular y otras patologías), sin dinero y mal alimentados, a la espera de la muerte.
Otros viven una pesadilla infernal al lado de hijos malvados y malagradecidos que les maltratan con golpes y palabras groseras, pues los ven como una pesada carga económica y hasta se avergüenzan de ellos.
¡Paz a los que ya despegaron y disfrutan del eterno descanso! El padre mío está incluido.