Por Elis Peralta/Al norte de la isla Española existen las cuatro comunidades del Cantábrico que se consolidan como destinos turísticos alternativos cada vez más masificado Mediterráneo, con crecimientos de hasta un 30% en el último lustro
Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, ha hecho todo un estilo de sus réplicas a los partes meteorológicos en cada cadena de ámbito nacional. Pero desde hace una década, a quienes deciden pasarse por la costa o los valles y montañas de la Cordillera Cantábrica, parece importarles poco que llueva o salga el sol. Más allá de la meteorología, los atractivos del paisaje, el deporte, la gastronomía o sencillamente un refugio de las olas de calor con chaquetilla por las noches, han convertido a Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco en destinos alternativos y crecientes a la masificación del Mediterráneo.
Lejos quedan las prolongadas estancias aristocráticas y de la alta burguesía que duraban tres meses y se medían en base al santoral: de San Juan, más o menos, a la Virgen… Traducido al calendario, venía a ser de finales de junio a mitad de septiembre, dependiendo de las patronas implicadas. Las dos semanas o, como mucho, el mes, obligan a escoger muy bien el lugar de descanso. El clima siempre fue un inconveniente, más después del boom turístico en base al termómetro asegurado que nació en los años sesenta desde la Costa Brava a la del Sol y tanto cambió hábitos y costumbres.
Esa competencia basada en la materia prima intangible y abusona de Helio marcó época. Hasta hace aproximadamente dos décadas: “Hemos hecho de la escasez, virtud”, asegura Eneko Goia, alcalde de San Sebastián, perteneciente al PNV. Es decir, los nubarrones, el sirimiri, esa grisura del horizonte que contrasta tan bien con el verde, “ha ayudado”, comenta el edil, “a agudizar el ingenio”. Las alternativas a los días sin playa se han multiplicado en toda la cordillera. Cultura, senderismo, deportes de riesgo ligados a la naturaleza, turismo activo y rural, la mejor gastronomía o sencillamente la contemplación del paisaje, son sobrados y competitivos alicientes a la lucha por la sombrilla y el metro cuadrado de toalla en las playas de Levante y la Costa del Sol. Con aumentos de visitantes de hasta el 30% en los últimos cinco años, caso de Donosti. Y un ingrediente extra también en Guipúzcoa y todo Euskadi: el fin de la violencia etarra. “Eso ha sido un revulsivo fundamental”, afirma Goia. “Durante años fue un inconveniente y al extinguirse ha sido como si abriéramos un tapón”.
Las razones históricas pesan, además. El veraneo fue un invento de las regiones del norte. Con balnearios al borde de la orilla y baños de ola, así llamados en Santander; o de mar, en San Sebastián. Y el imán de la corte, porque ambas ciudades fueron estancia de los Borbones durante varias décadas. Algo que atrajo tendencia unido a otras prácticas. Como, por ejemplo, el juego. “En aquellos tiempos pasaron por aquí los mayores vividores y tahúres de Europa”, afirma Goia. De ahí que sigan conservándose intactos y bien activos varios casinos entre Biarritz y Santander.
Eran épocas donde el tiempo, además corría lento. “De ahí viene toda una base de incondicionales que dura hasta el presente. Los veraneos de dos y tres meses se transmitieron de padres a hijos”, afirma Gema Igual, alcaldesa de Santander (PP). “Nuestro reto es fidelizar nuevos veraneantes, a poder ser de todas partes del mundo sin que teman a la turismo fobia, que aquí el invierno es muy largo y estamos deseando dar la bienvenida a quien quiera”, añade.
Pero la euforia de los últimos años tiene distintas ventajas e inconvenientes. Una es económica; otra, la sostenibilidad. Por último, pero no con menos impacto en su depredadora amenaza, aparece el incremento de los alquileres por internet y las viviendas turísticas. Se comen el mercado y ponen en riesgo la habitabilidad hasta en lugares como Ribadesella. “Aquí hay pisos de protección oficial por los que se pagan 500 euros”, asegura la alcaldesa Rosario Fernández Román de Foro Asturias.
En San Sebastián han pasado a la acción en ese capítulo: “Hemos elaborado una norma reguladora el pasado año. El fenómeno pone en peligro nuestra estrategia y lo que queremos ser”, comenta Goia. La práctica conlleva otra pregunta: ¿Cómo soportar el aluvión de visitas sin infraestructura suficiente para alojarlas? Las plazas hoteleras apenas aumentan y el ritmo de pernoctaciones en Donosti ha pasado de las 991.000 en 2013 a 1,3 millones en 2018, según datos del ayuntamiento.
Este pasado fin de semana, Ribadesella vivió su momento álgido del año: el descenso en piragua del río Sella. Llegan a tomar la villa —que cuenta con apenas 7.000 habitantes en invierno— y los alrededores cerca de 60.000 personas. Pero el lugar conserva su esencia exclusiva de casonas de indianos y escasa huella de crimen urbanístico que estorbe la imponente vista a la desembocadura o las playas y acantilados. De hecho, el alicientes que los visitantes marcan en las encuestas como motivo del viaje en primer o segundo lugar es, según la alcaldesa, “el avistamiento del paisaje”.
Unos entornos que aguardan la contemplación de cada vez más turistas internacionales. Y por esa senda, dos fenómenos han pasado a ser objeto de estudio a nivel global. Uno localizado, como es San Sebastián, donde sobre todo a partir del año 2014 se registró un auténtico furor de visitantes internacionales, con rasgos de boom, procedentes, sobre todo, de Francia y Estados Unidos.
El otro hito es transversal y milenario. Se llama Camino de Santiago, con su ruta creciente por el norte. Miguel Mirones, presidente de la organización Mundial del Turismo en España y propietario de varios balnearios en todo el país, lo explica: “El primer caso va a ser analizado en la cumbre mundial de Corea del Sur este otoño. El otro asunto ha logrado perpetuarse como marca año tras año, sin importar que traiga indulgencias o no. El Xacobeo ha trascendido su mero sentido religioso para convertirse en alternativa turística constante”.
Galicia lo fomenta y obtiene resultados ya firmes, sin altibajos: es la región que más pernoctaciones acoge de todo el norte (4,6 millones en 2017), mucho más que los tres millones del País Vasco –en imparable aumento- o los 1,8 de Asturias y las 1,2 de Cantabria, más ligeros. Aunque en todas las comunidades, la tendencia desde 2010 ha sido el crecimiento. Exponencial en cuanto a españoles… Y espectacular, con cifras de entre el 30% y el 50%, en el caso de los extranjeros.