En la mayoría de los casos, el dinero resulta costar más de lo que vale. En la salud, en las inversiones e incluso hasta en el arte mismo. Desconocer el valor de algo, siempre nos obligará a pagar más por ello y más en estos tiempos, donde la accesibilidad a la información nos cede la falsa confirmación del precio de todo a cambio de ocultarnos su real valor. No menos cierto lo es en la política.
Cuando opté por participar activamente dentro de mi comunidad dominicana en el plano social y en el Estado de la Florida, fui advertido de la apatía de muchos de mis hermanos. En ese momento también estuve sobre aviso sobre lo segmentada que está nuestra comunidad en el marco político y que sus fracciones rehúsan interactuar de manera conjunta en temas relevantes que a todos nos atañen de alguna manera, e inclusive en los escenarios de importancia común, como son las denominadas “Celebraciones Patrias” que se realizan para resaltar nuestros valores como son el Día del Nacimiento del Patricio, Juan Pablo Duarte en enero, la celebración de la Fiesta de la Independencia y la Restauración de la República u otras fechas patrias y actividades sin fines de lucro y de carácter socio-culturales.
En raras ocasiones, para no decir nunca, los líderes locales de la diáspora dominicana acuerdan iniciativas, posturas conjuntas o convocatorias comunes en fines determinados
Esos segmentos no se permiten ningún tipo de tregua, ni mucho menos en el espacio de esos tres años entre campañas presidenciales, ya que en la República Dominicana son cuatrienio de mandatado lo que establece la Constitución del país. También en ese interfecto calendario político los sectores prefieren no promover o apoyar actividades ajenas, si han de beneficiar a una persona relacionada con otra facción política. El desaire, apatía y referencia del cangrejo en la lata, describen bien sus comportamientos en algunos de nuestros compatriotas dominicanos.
Sería un tanto difícil poder echar a andar con pasos firmes y definido una comunidad hacia adelante, con comportamiento singular, podríamos afirmar. Este desconecte en muchas oportunidades más evidente aquí en la Florida que, en la media Isla, por lo cual me hago la pregunta de si ¿Será por ello por lo que a pesar de haber vivido como comunidad por más de cinco décadas en este Estado, que aún no logramos alcanzar cargos judiciales, municipales o estatales en ninguno de los estamentos de poder en la Florida?
Sin tener respuesta a esa pregunta giro mi atención a algo que si podemos cuestionar y además expresar nuestro desacuerdo. Vamos al grano.
Coincidamos en que existe entre todos nosotros, los miembros de la diáspora, una preocupante inquietud sobre el reciente caso del cobro de US$10, adjudicados a los dominicanos del exterior que regresan a la República Dominicana, su nación de origen.
Una especie de Tarjeta de Turista o “Cover” de entrada a la diáspora que visita su nación. Ese tema, como tantos otros que surgen de manera periódica es uno que brotó espontáneamente. No obstante, es una determinación fiscal que innecesariamente impacta a los dominicanos que vivimos fuera y en la que estamos seguros, todos rechazamos y podemos estar de acuerdo que no debería ser. ¡Por fin, creo haber encontrado un tema importante en que la diáspora está muy de acuerdo!
Esa situación es un ejemplo que debiera permitir una tregua sobre el tema, es decir de consulta a la diáspora que es la más afectada y donde la comunidad criolla, sin importar fracción, tenga una opinión o punto de vista unificado, al respecto, ello sin politiquería y sin ruido, un dictamen sensato, maduro y resolutivo, que esté ajeno a cargos actuales o prometidos y asumir una postura estrictamente responsable y reflexiva.
En conversaciones con un amigo abogado logré entender mejor aún los componentes de esta demanda impositiva hacia los dominicanos que residen fuera del país y aplicado cuando estos regresan a la patria amada. De ella saqué unas conclusiones que creo pueden edificar un tanto más a nuestra comunidad en la diáspora, como por igual, también pueden presentar una oportunidad.
En cuanto al cobro de los US$10 de la “Visa de Turista” a los dominicanos procedentes desde el exterior, podemos asumir que la misma es una violación al derecho que tenemos al regresar al país. Por ende, es una situación capaz de ser motivada vía reclamación, ante el Tribunal Constitucional o las mismas instancias administrativas que así lo han impuesto.
Ahora, desde una manera más pragmática en lo que se determina su constitucionalidad, existe un mecanismo para el retorno del monto cobrado, si es de justificarse el reclamo. Y es ahí donde presumo que entiendo el porqué de esta norma recaudatoria es de US$10 y no de un monto mayor.
“El tiempo es dinero”, es una de las primeras frases que aprendes en los Estados Unidos. Esa valoración es clave para el desarrollo de una nación capitalista con regulaciones en torno al pago de impuestos. Por ello es por lo que la cifra de los US$10 es una que ha causado poco ánimo de gestión a su retorno por parte de los gravados.
El monto no es casualidad, pues la cifra es estratégica, según puedo analizar. A nosotros que nos están cobrando el impuesto, el monto nos resulta inapropiado pero minúsculo, porque ganamos mucho más que eso, por hora de trabajo, aquí en el extranjero. Por ende “el tiempo es dinero” y suponemos que si la diligencia duraría más de una hora, no vale la pena el reclamo. Entonces el impositor, en este caso, el Gobierno, logra su cometido.
Ahora bien, cuando entiendes que más de 800,000 dominicanos visitaron la isla en el 2017, y que si a una igual cantidad el Estado le estará cobrando este año, un impuesto de US$10, entonces entenderás que, de ese potencial US$8,000,000, si solo el 25% de los afectados reclaman y obtienen su aporte, entonces el resultado es una recaudación adicional de 75% de lo planificado, casi 300 Millones de Pesos al año por vía de la medida. Un monto que parecería significativo, sin embargo, meramente intrascendente ante un presupuesto actual de RD$815 Mil Millones/ Lo que genera las preguntas: ¿Por qué crear el impuesto, entonces?, y ya instaurado, ¿En que se están invirtiendo esos fondos?
La oportunidad que se crea con los fondos debe verse desde otra óptica. Los mismos pueden considerarse como favorables si ha de ser utilizados para crear o fortalecer las potenciales, entre ellas, Oficinas de los Diputados de Ultramar o las del Instituto del Dominicano en el Exterior en las diferentes ciudades en el exterior del país. O que el fondo mismo sirva para programas de inclusión, orientación, capacitación o información, que estos pudieran ofrecer. Y de ser así, entonces puede que el impuesto valga la pena
Acepto que en más ocasiones que el hecho de no, involucrar a la población de una nación en los menesteres diarios del Estado es una inclusión que más que facilitar, podría entorpecer. No exento la transparencia, sino la participación en la diligencia, pues en esas definiciones de herramientas fiscales y ejecutivas el exponer demasiado, a veces obstruye. Siempre habrá actores e intereses adversos que querrán capitalizar el proceso para solo poseer vigencia y no porque en realidad hayan encontrado una cimiente sustancial al respecto.
Cuando a una población no se le informa, el porqué de algunas leyes o impuestos, está siempre reaccionará negativamente. Y no es para menos, más cuando se trata del pueblo dominicano, quien además es suspicaz sobre el comportamiento de sus líderes, cuando se refiere a la creación de leyes y al manejo de los fondos del Estado.
Para los criollos, es más fácil acusar, que buscar pruebas. Las lecciones le han dado esa autorización y nosotros los criollos en la mayoría de los casos, imputamos por titulares, más que por contenido.
Toda medida impositiva tiene un propósito. Estar de acuerdo o no con ella no es el punto que quiero fijar aquí. En lo que se determina su valía legal, el golpe ya está dado. Creo que el dominicano en el país y aquí en la diáspora, sería más permisible a este tipo de norma, si se le informara su propósito.
Mi punto es que, resulta hipócrita fijar gravámenes que impactan económicamente al dominicano que reside en el exterior, pero que no lo beneficia. Pero como no tenemos una voz unificada, la queja cae en la caja de resonancia y acusaciones con todos los otros lamentos.
Tenemos que aprender a dejar los colores a un lado, cuando el momento y la situación lo requieren. Debemos comenzar a unir nuestras voces como comunidad más que como sectores, total, el que nos ve de fuera solo ve dominicanos, ni sabe que estamos divididos por fracciones.
Nuestra representación en este Estado es uno que bordea los cincuenta años. En ese periodo, hemos logrado alcanzar una importante presencia profesional, gerencial y técnica, pero nada de manera significativa en las determinantes áreas empresariales, bancarias, judiciales o políticas, como comunidad, eso no puede seguir así.
De no hacerlo, nuestro lugar, como el dinero, nos costará más de lo que vale, pues aún desconocemos el valor de nuestra unidad como comunidad, aunque si el precio del “cover” que nos han impuesto.