La actividad turística nacional es ya un sector autónomo que se mueve de un lado a otro activando la economía local, gracias al flujo de visitantes que llegan al país traído básicamente en vuelos chárter por tours operadores europeos y suramericanos. No significa que se haya dejado de recibir a franceses, alemanes, españoles, nórdicos, etc., sino que, de buenas a primera, y gracias al rezago económico de Europa, Rusia se ha convertido en un importante productor de visitantes hacia la República Dominicana.
El Este es el mayor recibidor de extranjeros pero esto no significa que el Norte se haya quedado atrás sino que, por el contrario, está dando muestra de gran receptividad gracias a que los alemanes, por ejemplo, siempre han gustado de Puerto Plata-Sosúa.
Ahora se habla de que próximamente, recibiremos turistas provenientes de China continental. Esta situación invita a que nos preguntemos ¿por qué es tan oscilante la gravitación turística República Dominicana? O, lo que es lo mismo, ¿cómo hacen nuestros hoteles para cambiar tan rápidamente de un mercado a otro? La respuesta está en nuestros precios, nos vemos obligados a hacer ofertas realmente muy poco rentables, esto es: a muy bajos precios.
Obvio, la situación imperante nos define como un mercado que práctica un turismo de coyuntura, un mercado inmaduro que no define un producto diferente a sol y playa. Seguimos pretendiendo que lo que ocurre en nuestra actividad turística sea decidida por inversionistas golondrinas al tiempo que descuidamos a los que ya han decidido quedarse a echar suerte junto a nosotros.
Hace poco, me comentaba alguien, cómo un inversionista alemán que embrujado por los encanto de la provincia Santiago Rodríguez empezó a realizar fuertes inversiones en la zona y cómo, poco tiempo después debió retirarse porque Edenorte lo estaba expoliando con fuerte facturaciones de energía no servida junto a todo tipo de vándalos que esquilmaban sus negocios con diferentes peticiones. Las autoridades municipales, ni el ministerio de turismo ni la gobernación de la representación congresual de aquella provincia, fueron capaces de ofrecer garantías de seguridad jurídica a dicho inversionista.
Este patrón de conducta es repetitivo también en Monte Cristi, pedernales, Barahona y casi todo el país. Lo cual demuestra que no poseemos como Estado una clara política de apoyo a los que vienen para quedarse en nuestra tierra. Es demostrativos de que nuestras autoridades hacen turismo por el mundo promoviendo nuestro producto turístico pero una vez llega la inversión no se le da el correspondiente seguimiento ni las garantías de rigor. Por esta causa no tenemos un turismo gravitacional permanente.
Los niveles de seguridad del país lucen huérfanos con relación a la protección que merecen aquellos que han venido para quedarse en nuestro lar. Esta situación amerita que las autoridades correspondientes inviertan no solo en promoción en el exterior y el interior sino que busquen la manera de otorgar las garantías de lugar a quienes ya están en nuestro territorio.
El tema que estamos tratando no incluye problemas legales relativos a conflictos de la propiedad ni asuntos laborales, tampoco impositivos, tampoco temas ambientales, ni de las autoridades municipales ni lo referente a temas relacionados como los denominados servicios domiciliarios sino asuntos que permiten establecer que los inversionistas ya establecidos no cuentan con el debido respaldo de las autoridades para darles las garantías de lugar para la tranquilidad de la inversión. Es decir, los inversionistas establecidos malgastan mucho de su tiempo en temas de carácter burocráticos, cabildeos y petitorios a autoridades que muchas veces no son todo lo receptivos que debieran y cuando suelen hacerlo, lo hacen no en estricto apego a sus funciones o a la aplicación de políticas públicas bien definidas sino por razones extrañas a la buenas prácticas administrativas.
De manera que este problema amerita una consideración que en la actualidad se encuentra ausente.
Si bien es cierto que los países en vía de transformación distorsionan sus valores en aras del progreso, no menos cierto es el hecho de que ya estamos ganando edad en materia de turismo y deberíamos ir pensando en sentar cabezas si no queremos matar la gallina de los huevos de oro.
En algún momento de nuestra historia turística, se decidió que Sosúa y Boca Chica, eran puntos neurálgicos de ciertas prácticas que dañaban la imagen turística del país, se trazaron y pusieron en ejecución políticas públicas bien definidas y la imagen cambio en un determinado momento, pero luego, gracias a los cambios de administraciones de gobierno y a percepciones equivocadas de ministros que van al cargo a aprender sobre administración turística, el tema cayó en saco roto y la historia se repite ad infinitum.
En lo único que observamos un vector constante es en recurrir a la técnica de cambiar de mercados con la facilidad con que se cambia un zapato. Sin pensar, por ejemplo, en ¿qué está pasando en Bayahibe, Verón o en Punta Cana? ¿Qué necesidades tiene el sector allí o como están siendo tratados nuestros inversionistas en Samaná? ¿Cómo marchan los gobiernos locales en lo relativo a turismo? ¿Existe arrabalización? ¿Qué obra pública requiere el sector? Son preguntas que requieren respuestas pero que no se está en capacidad de responder con planes concretos sino con manejos de opinión pública que a veces requieren un inversión mayor que la necesaria para poner en marcha una política pública focalizada en la protección de los inversionistas que ya están aquí uniendo su suerte a la nuestra.