Una de las más grandes e impactantes enseñanzas del evangelio de Jesús es la del perdón. El Maestro y Señor de nuestra vidas mostró con su propio ejemplo que una de las hermosas cualidades de quienes le siguen en espíritu y verdad, es la de saber perdonar a quienes nos hacen daño, a quienes nos maltratan y ofenden, sin importar la magnitud de esa ofensa o de ese maltrato.
Cuando perdonamos, mostramos la grandeza de nuestros corazones, practicamos el verdadero amor hacia nuestro prójimo y nos convertimos en verdaderos hijos de Dios. Como seres humanos nuestra tendencia natural es el odio, la venganza, es hacer un daño mayor a quien nos hace un daño menor, es multiplicar la maldad a quien nos provoca un mal. Pero actuar así no es de cristianos, no es de verdaderos hijos de Dios y hermanos de Jesús.
Perdonar es un acto de bondad suprema que nos limpia el alma y nos hace renacer el espíritu. Cuando Jesús fue molido a golpes, masacrado, crucificado y muerto, él no expresó odio contra sus enemigos, no usó su poder celestial para matar a quienes le torturaron y vejaron, sino que por contrario les mostró amor y los perdonó. Aún más, fue capaz de hacernos entender que su sacrificio fue para darnos la vida eterna a todos los habitantes del planeta, incluido aquellos que se gozaron con su muerte.
S I existe alguna forma de medir con exactitud el grado de cristianismo de alguna persona, solo tenemos que valorar su capacidad de perdonar. Jesús nos enseñó a poner la otra mejilla cuando alguien nos golpee, a llevar dos kilómetros la carga que nos pongan a llevar solo uno, a responder con profundo amor cualquier muestra de odio y de abuso contra nosotros.
Uno de los momentos de la Biblia donde Jesús muestra la enseñanza más precisa sobre la necesidad de que aprendamos a perdonar, está en el capítulo 5 del evangelio de Mateo. En los versículos del 42 al 45 Jesús nos dice lo siguiente: “Ustedes han oído que se dijo: "Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo." Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos.”
Jesús no manda a perdonar y a no tener odio contra nuestros enemigos. Y nos estimula a que no solo amemos a quienes nos aman, sino que amemos a aquellos que nos odian y nos hacen daño. Y es muy claro y preciso en eso cuando nos dice que si Dios es capaz de perdonarnos todos los pecados y amarnos por encima de todo, por qué nosotros debemos odiar y maltratar a los demás. Dios perdona nuestras ofensas, para que nosotros aprendamos a perdonar y amar a los que nos ofenden y nos hacen daño.
Aprendamos a perdonar sin importar la magnitud del daño que nos hagan. No guardemos en nuestros corazones el odio contra los demás, olvidemos todas las ofensas y llenemos por siempre nuestros corazones de amor por el prójimo. Y así nuestras vidas estarán pletóricas de sosiego, de tranquilidad y de la paz de Dios, que sobrepasa todo el entendimiento humano.