¿Qué ha cambiado en la Iglesia a propósito de la homosexualidad? Nada. Y otra vez el Papa Francisco ha sido claro.
“Hoy —duele decirlo— se habla de familias “diversificadas”: diferentes tipos de familia. Sí, es verdad que la palabra “familia” es una palabra análoga, porque se habla de la “familia” de las estrellas, de las “familias” de los árboles, de las “familias” de los animales… es una palabra análoga. Pero la familia humana como imagen de Dios, hombre y mujer, es una sola. Es una sola. Puede darse que un hombre y una mujer no sean creyentes: pero si se aman y se unen en matrimonio, son imagen y semejanza de Dios, aunque no crean. Es un misterio: San Pablo lo llama “gran misterio”, “sacramento grande” (cf. Efesios 5, 32). (16 junio 2018. Foro Familia en Roma).
Y las palabras de la Iglesia siguen sonando tan claras, precisas y acogedoras como han sido siempre, tanto para la consideración moral de la práctica homosexual, como para que las personas que se encuentren con esas tendencias vivan la castidad a la que estamos llamados todos los cristianos, cada uno en su estado. Conscientes, por otro lado, que nadie nace “persona homosexual”; y que esa “personalidad” se “hace” y se puede “deshacer”, como manifiestan tantos hechos.
“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358).
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (ib. 2359).
Juan García.
JGRodriguez
Cáceres, España