Salvador Allende ganó, en su cuarto intento, unas reñidas elecciones chilenas en 1970 con una mayoría simple, ascendente al 36.6%, apoyado por una coalición de organizaciones de izquierda, convirtiéndose en el primer presidente marxista leninista que resulta electo mediante comicios democráticos. Los resultados de ese certamen electoral se dividieron en tres opciones que alcanzaron votaciones superiores al 30%.
Una vez en el poder Allende procedió a nacionalizar a varias empresas extranjeras y a estatizar a otras del sector privado. No pasó mucho tiempo sin que su gobierno sea objeto de un sabotaje económico de autoría nacional y extranjera, provocando una enorme crisis socioeconómica que redujo significativamente su aprobación popular.
Esa crisis lo llevó a buscar ayuda económica en la Unión Soviética, pero Leonid Brezhnev se la negó, pues no confiaba en su proyecto. Para las autoridades soviéticas era un imposible que un gobierno socialista se sostenga bajo un ambiente de democracia, pues sólo el autoritarismo y la dictadura permiten su estabilidad y permanencia.
Finalmente Brezhnev le aprobó 100 millones de dólares en aviones militares y armamentos, pero esos armamentos los recibió en Rusia el militar de mayor confianza del presidente chileno, el general Augusto Pinochet.
Allende afiló cuchillo para su garganta. Con los mismos tanques y aviones rusos Augusto Pinochet bombardeó al Palacio de La Moneda, derrocó al régimen y provocó “el suicidio de Allende.” El pasado 11 de septiembre se conmemoró 45 aniversarios de uno de los golpes militares más sangriento de la historia universal, pues no se limitó al derrocamiento, sino que hubo millares de asesinatos, crímenes de lesa humanidad.
Hay que respetar las ideas y la memoria de Salvador allende, pero este hombre no dejó de ser un iluso, pues no es posible sostener un sistema socialista bajo estructuras y poderes capitalistas, como bien le advirtieron las autoridades soviéticas. Además —y fue la peor parte—: mantuvo los mismos oficiales militares de regímenes anteriores, muchos de ellos formados en Estados Unidos, que lo único que supieron fue simular una falsa lealtad.
El caso de Salvador Allende se asemeja bastante al del profesor Juan Bosch, quien ascendió al poder, en nuestro país, el 27 de febrero de 1963 y promovió la Constitución más avanzada de la historia social dominicana, con la intención de realizar un gobierno honesto, democrático, decente y nacionalista, pero apenas pudo durar siete meses, pues cometió el error de dejar en sus puestos a los militares trujillistas, la mayoría de los cuales, en principio, exhibieron una falsa lealtad al poder civil constituido.
Los altos oficiales, en todos los países, tienen maestrías en adulonería a los jefes de Estado para trepar a altas posiciones.
Con don Antonio Guzmán hicieron lo mismo, pero supo poner en retiro a todos los generales matones de los doce años y así superar los siete meses de Bosch. Terminó su período satisfactoriamente e hizo grandes transformaciones políticas.
El derrocamiento y la muerte de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, fue un hecho doloroso para América Latina y el mundo, pero también sirve de experiencia sobre falsas lealtades civiles y militares. Los presidentes gobiernan de conformidad a su ideología y de las medidas a implementar. No es posible hacer un gobierno socialista con poderes capitalistas y militares derechistas y asesorados por Estados Unidos.