No pagan impuestos. No pasan la revista anual. No usan el cinturón de seguridad. Cargan la cantidad de pasajeros que les da la gana. Circulan en chatarras que son un verdadero atentado a toda decencia. No respetan las más elementales normas del tránsito. Establecen las rutas y tarifas que les da la gana. Son cultores del hedor y la suciedad. Consumen combustibles a precios subsidiados. Son intocables, inmunes a toda ley. Son los “pobres padres de familia” del transporte público, uno de los signos más ominosos de nuestro atraso. (Tuvo razón el difunto Radhamés Gómez Pepín cuando los definió como dueños del país).