La palabra del presidente Danilo Medina vale menos que una “guayaba podrida”. Es decir: nada. Hoy dice una cosa y mañana otra; promete y no cumple. Y lo que es peor, lo hace con un cinismo que deja a cualquiera perplejo.
Se dice y se desdice constantemente, como si no le importara. Ha devaluado tanto su palabra, su promesa, que se devalúa a sí mismo, y con ello desvalúa la figura presidencial. (Tampoco parece importarle)
“Yo solo quiero cuatro años y ni un día más, tampoco quiero volver después de un primer mandato. Yo solo quiero un periodo. Y nada más”, dijo durante su primera campaña.
Los funcionarios no saben distinguir entre los recursos propios y los recursos del Estado, por eso no es buena la reelección, aseguró con rostro entumecido.
Cancelaré a los funcionarios hasta por el rumor público; le pediré una explicación y si no estoy conforme lo sustituiré del cargo. (Nadie ha caído)
En mi gobierno no habrá vacas sagradas; las investigaciones de corrupción se realizarán caiga quien caiga. (En nuestro país hay más vacas sagradas que en la India)
Tengo un látigo para castigar sin contemplación a los funcionarios acusados de corrupción. (El látigo era de seda china)
Palabras, solo palabras que el viento pronto se llevó con la brisa de las vaguadas, tormentas tropicales, huracanes y ciclones que suelen azotar el territorio nacional. Igual que esos fenómenos naturales que van y vienen de temporada en temporada. En este país el día más claro llueve. Igual: en este país el presidente de la República, ciego, sordo y mudo, con una dislexia política inconcebible, habla por las señas que sus subalternos y lacayos más cercanos.
No me reelegiré, pero compró el Congreso, modificó la Constitución, después compró la Junta Central Electoral y un grupo de partidos minoritarios utilizando los recursos del Estado sin el menor escrúpulo.
No hace mucho dijo que siempre – ¡mentiras!- creyó en dos periodos y nunca más. El modelo de los Estados Unidos. Ahora intenta un tercer mandato. Sus arlequines, peleles y energúmenos, hacen los “amarres” de lugar ya sea a través de las Altas Cortes y corrompiendo nuevamente al Congreso para que nuevamente cambien la Constitución para un tercer mandato, sin importarle que el PLD se divida, que los empresarios y la iglesia también se fraccionen y que el Imperio se oponga.
No importa lo que diga, nadie le cree al presidente Medina. No hay razones para creerle. Sus palabras no tienen valor ni en la más lejana gallera del país.
Un mandatario que no hace valer sus palabras, que no cumple sus promesas, no merece ningún respeto de sus conciudadanos. (Tampoco merece ser Presidente)
La palabra, que tiene una categoría histórica, resultado de la evolución, comprobado científicamente que el hombre no hablaba en principio, y que la teoría de la Torre de Babel es un disparate bíblico, ha permitido el desarrollo de la humanidad. Sin la palabra, tanto hablada como escrita, y sin el trabajo, los humanos no habrían dado el salto que los colocó por encima de los demás seres que pueblan el planeta.
Sin el lenguaje articulado, con todo su significado, los humanos no fuéramos más que bestias salvajes; carroñeros que se alimentan de carne podrida cazada por otros; caníbales luchando por sobrevivir en la cadena alimenticia de la selva.
Cuando un presidente degrada su palabra, como lo ha hecho Danilo Medina, que es la palabra del más igual de todos los iguales, no solo desciende él, también lo hace el pueblo que dirige. La palabra de un Presidente debe ser un templo inquebrantable. De lo contrario no merece el respeto ni la consideración de sus gobernados.