En los últimos años se han hecho críticas severas contra las pretensiones despóticas (tiranía) y absolutistas promovidas por algunos de nuestros presidentes desde épocas antañas, sobre todo por la forma inapropiada e irresponsable de administrar los fondos públicos.
El diccionario de la Lengua Española describe al despotismo como “un gobierno absoluto, no limitado por las leyes, que abusa de superioridad, fuerza o poder en la relación con los demás; una persona desagradable y orgullosa que trata con despotismo a todo el mundo”.
Muchos gobernantes latinoamericanos se inscriben en esa tendencia, puesto que cuando llegan al poder se deslumbran con acciones anti populares propias de dictadores las que terminan vulnerando los derechos de los ciudadanos a la alimentación, educación, salud, transporte e incluso el derecho a disentir, opinar y criticar libremente las actuaciones altaneras y arrogantes de sus gobernantes. La represión con muertes y maltratos ha sido la respuesta a las críticas ciudadanas.
También es común ver en esos tipos de regímenes implementar el nepotismo en las instituciones del Estado mediante el trato de favor hacia familiares o amigos, a los que se otorgan cargos o empleos públicos por el mero hecho de serlo, sin tener en cuenta otros méritos.
Tenemos en la actualidad muchos casos de funcionarios que practican el nepotismo en violación a nuestra Constitución. El Consejo Estatal del Azúcar (CEA), entre otras instituciones, es un ejemplo de esas indelicadezas.
Agregamos a este cuadro la odiosa actitud de determinados mandatarios de querer perpetuarse a la fuerza, controlando los demás poderes del Estado mediante el nombramiento de jueces y fiscales políticos cancerberos para cubrirse de posibles acciones legales en contra suyas.
El ilustre Barón de Montesquieu, cuyo nombre real era Charles-Louis de Secondat, nacido en París, Francia, en 1689, advirtió esa situación en 1748 en su obra “El espíritu de las leyes”.
En ese trabajo, el autor francés estudia las relaciones de las leyes políticas con la conformación de los estados, las costumbres, la religión, el comercio, el clima y los tipos de suelo de cada nación. Fue un libro que suscitó violentas críticas al extremo de que la Sorbona de París y la Iglesia Católica lo prohibieron.
Montesquieu recreó el modelo político anglosajón de la separación de poderes y la monarquía constitucional al considerarlo como el mejor sistema para luchar contra el despotismo ilustrado.
“El espíritu de las leyes” habla de los conceptos de Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial, pero sobre todo, de la relación de los tres. No de la imposición del primero sobre los otros dos.
Este pensador rechazó las teorías absolutistas en las que una persona debería concentrarlo todo en su figura y abogó por un equilibrio de poderes.
Esa teoría la recogen otros autores ilustrados, como por ejemplo Isaac Newton que planteó ideas sobre cómo ciertos elementos se atraen pero no pierden su identidad, lo que permite un equilibrio perfecto.
Esta producción literaria sirvió de plataforma para que más adelante se sustentara la Revolución Francesa, en 1789, y todas las constituciones de mentalidad liberal.
¿Por qué no asimilamos las nobles conceptualizaciones de Montesquieu respetando la independencia de cada poder del Estado?
Pienso que es la mejor manera de contribuir con la paz en esta maltratada sociedad. La clase política debiera asumir su responsabilidad y reflexionar sobre este esquema.