A la inquieta diputada Faride Raful, a quien en lo personal no conozco, la han criticado por la posición que asumió ante el proyecto de ley que pretende imponer en las escuelas la lectura de la Biblia.
Ella tiene derecho a objetar esa iniciativa porque ese es su papel como legisladora, es decir, defender al pueblo cuando se presenten proyectos absurdos como el que comentamos.
Esa postura ha despertado los demonios en los cristianos intolerantes, que incluso le advierten que miles de cristianos votan en las elecciones generales y que ella tiene aspiraciones. El mensaje está claro.
¿Por qué obligar a leer la Biblia en las escuelas? ¿Es eso necesario? ¿Qué se persigue con eso?
A lo imposible, nadie está obligado. Si aprueban esa pieza legislativa, también debe validarse en los centros educativos la lectura de libros sobre temas históricos y culturales a los fines de rescatar de la ignorancia a nuestros alumnos.
La Constitución dominicana permite la libertad de culto. Es la razón por la que proliferan tantas iglesias evangélicas, aparte de la católica.
Si van a imponer a los estudiantes la lectura de este texto sagrado, es porque algo malo estaría pasando con la enseñanza de la religión a la población con vocación cristiana.
Lo cierto es que miles de ciudadanos se han alejado de las iglesias y no creen en esas instituciones debido, creo, entre otras razones, a las inconductas aberrantes de sacerdotes, obispos y pastores que se involucran en acciones indecorosas, como son las violaciones sexuales a mujeres y niños de ambos sexos. O sea, no creen en los promotores de la palabra de Dios.
Tal vez, otra razón para no creer es la abierta incursión de algunas iglesias evangélicas en actividades políticas partidistas.
La gente no entiende esa dualidad. Empero, pienso que esa debe ser la función de las iglesias, pues es una forma de cumplir con las prédicas de Jesús, quien siempre combatió las injusticias, los abusos, el robo y el enriquecimiento ilícito, y no ser cómplice de las atrocidades que cometen los gobernantes en perjuicio de la población.
Precisamente, esos gobernantes son tan descarados que asisten a los actos religiosos, comulgan y rezan en los templos. Y cuando salen de allí, acuden a sus oficinas a dictar medidas devastadoras contra el pueblo. Ahí se aplica la frase aquella que dice: “a Dios rezando y con el mazo dando”.
Esa es la razón que inducían a los líderes comunistas de antaño a considerar la religión era un atraso para los pueblos, que “un pueblo sin religión es libertad”. Su teoría se fundamentaba en que el papel de las iglesias era pacificar a las personas para que no adoptaran la violencia callejera como método de lucha para protestar contra los gobiernos corruptos y criminales. En la práctica, así funcionan las cosas.
De ahí que en las últimas décadas se han debilitado las buenas relaciones que siempre han llevado los jerarcas cristianos con el poder político. Esa alianza táctica ha tenido altas y bajas.
Muchos sacerdotes católicos y obispos evangélicos han abandonado ese contubernio con el Estado para colocarse del lado de los ciudadanos, puses están convencidos de que no basta solo con orar para buscar soluciones a los asuntos coyunturales, sino enfrentar en las calles a las causantes de esos males.
Efectivamente, es lo que está ocurriendo en la actualidad. Muestras de esto son las constantes denuncias de algunos obispos católicos y evangélicos contra la corrupción e impunidad gubernamental, la delincuencia, inseguridad ciudadana y otras causales sociales.
¡Cuidado con ese proyecto!