Lo recuerdo como era: jovial y entusiasta; Los años no borraron el entusiasmo por la música que era su estilo de vida. Amaba su trompeta y cantaba con un swing propio.
Así está July Mateo, Rasputín, grabado en mi memoria. Era amistoso y conversador sin caer en el exceso. No se cansaba de hablar del merengue, el ritmo que cultivó y por medio del cual alcanzó la fama.
Era respetado por sus compañeros músicos, que le reconocían, no solo su consagración a la música, sino el conocimiento de la misma.
Su muerte me conmovió, pues no suponía que fuera tan dramática. Estaba sólo en su casa. Descansaba para en la noche acudir a amenizar un nuevo baile. Lo esperaban sus compañeros y al ver que no llegaba, lo buscaron y encontraron su cuerpo sin vida.
Rasputin habrá de ser recordado entre los grandes del merengue. Nos deja un respetable repertorio de exquisita calidad: bien instrumentado, bien cantado y de una lírica que bien puede ser ejemplo al desbarajuste de esta época.