La reelección presidencial ha sido una maldición para el pueblo dominicano desde 1848 cuando se proclamó, en pañales, la independencia. Desde Pedro Santana, hasta nuestros días, la continuidad en el poder de los grupos económicos y políticos ha impedido el fortalecimiento del Estado y de sus instituciones. Esos sectores son los responsables de que nuestro país ocupe los primeros lugares en los rankings de los más atrasados del mundo.
Nada bueno nos ha dejado la perpetuidad de los dioses de la política en el gobierno. Las muchas dictaduras que ha padecido el pueblo han sido corruptas, violadoras de los derechos humanos, criminales sin escrúpulos y asesinos vulgares.
Reelección, fraudes electorales, golpe de Estado, traición, engaño, demagogia, robo, estafa, apresamientos políticos, torturas, exilio, desaparecidos y asesinatos, han sido los elementos que han caracterizado gran parte de los gobiernos que hemos tenido.
José Francisco Peña Gómez, un estudioso de la política nacional e internacional, se opuso siempre a la reelección presidencial. La historia le enseño los daños que le hace al país. Por eso elevó siempre la bandera de la no reelección.
Hipólito Mejía lo intentó, desoyendo la tesis del líder ya muerto, pero como era previsible, por las razones que sea, fracasó. Ha reconocido en múltiples ocasiones que fue un grave error; ha dicho que la reelección es “una gran vaina” porque le hace daño a la democracia y al desarrollo del país. (Nunca es tarde para recapacitar)
En 39 ocasiones que nuestra Carta Magna ha sido modificada, casi siempre el tema está presente. Nadie quiere irse del Palacio Nacional, a menos que no sea muerto por la edad, o asesinado. Nos abocamos a otro intento de perpetuidad en el poder.
Danilo Medina es un hombre al que no se le puede creer nada de lo que dice. Primero dijo que sólo quería cuatro años “y ni un día más”; que no volvería 4 años después. Afirmó que para reelegirse había que “comerse un tiburón podrido”; que los funcionarios no saben distinguir entre el dinero público y el dinero de una campaña electoral. Un mudo, como lo es cuando le interesa, habló hasta por los codos en contra de la reelección.
La historia es muy reciente. Todos la conocemos. Compró el Congreso para cambiar el texto constitucional; compró la Junta Central Electoral que le dio 62% a través de unos escáneres que no sirven, de los cuales aún debemos 40 millones de dólares; compró bocinas al por mayor y al detalle. Compró la voluntad popular. (Su asesor, al que le agradece eternamente, era y sigue siendo, Joao Santana, el genio de Odebrecht)
Después de esos hechos bochornosos, dijo que no volvería nunca más, que el modelo de Estados Unidos es el mejor: un mandato, la posibilidad de otro, y nunca jamás. Ahora, como el que defeca y no lo siente, anda afanosamente tras otro periodo para lo cual está utilizando jueces, abogados, congresistas, ministros, políticos y otros “come yerba” (animales) para que, de un modo u otro, legitimen su repostulación.
Si en el 2015 le fue relativamente fácil hacer toda clase de artimañas para gobernar otros cuatro años, en esta ocasión el “horno no está para galletitas” en su partido, donde el sector que encabeza Leonel Fernández, arrinconado y golpeado, no está dispuesto a cruzarse de brazos y dejar que las cosas pasen.
Y aunque lo hiciera, aunque los “leonelistas” se vendan como ganado, como lo han hecho muchos, estoy convencido de que el pueblo, con todas sus organizaciones políticas y sociales, enfrentará al grupo de Palacio que encabeza Danilo Medina, como nunca antes lo había hecho. (Una cosa es llamar al Diablo y otra es verlo llegar)