El fenómeno migratorio es más antiguo que la propia raza humana.
Para “poblar” la tierra fue necesario vencer todas las adversidades que la naturaleza les impuso a los humanos, incluyendo los cambios climáticos radicales que durante millones de años se han producido, obligándolos a migrar de un lugar a otro, caminando distancias enormes buscando ambientes favorables para la evolución y la supervivencia.
La historia del “planeta azul” no es la historia de la raza humana. Alrededor de 65 millones de años antes que nosotros, existían los Dinosaurios junto con otras especies que fueron borradas por un meteorito, de acuerdo con las investigaciones. Hubo que esperar millones de años para que la vida pudiera multiplicarse y prosperar hasta que llegaron los “homo sapiens” que en principio eran negros, lo cual le permitía cubrir su piel de los rayos ultravioleta del Sol.
El color de la piel, el pelo, los ojos, el rostro, es producto de las migraciones y los asentamientos cerca de árboles, llanuras y ríos. No hay varias “razas”. Existe una: la humana que durante más de un millón de años era nómada, tribal, en “casa” de piedra, sin conocer el fuego o la rueda. Todo cambió cuando las fuerzas productivas adquirieron un nivel de desarrollo que permitió el nacimiento de la propiedad privada. Fue cuando el “nosotros” fue sustituido por el “yo”. A partir de entonces todo tuvo un dueño. (Antes todo era de todos)
Los países y las fronteras son inventos relativamente recientes, al igual que las religiones y los dioses que en principio eran diversos, fruto de la ignorancia. El monoteísmo es todavía más nuevo. Surgió “los otros días”, al igual que La Biblia y el Corán, entre otros textos religiosos.
Indios, chinos, anglosajones, hispanos, africanos, todos procedemos del mismo genoma. La ciencia se ha encargado de echar por la borda la mayoría de los mitos y fabulas inventadas por el hombre. (Dios no creó al hombre, el hombre a Dios buscándole explicación a lo desconocido, es decir, el porqué de las cosas que le rodeaban, que para entones eran un misterio)
Los migrantes humanos poblaron el planeta, causándole daños irreparables, destruyendo a su paso la flora y la fauna a tal punto que muchas especies han desaparecido o están a punto a desaparecer para siempre. (Hasta no hace poco quedaban 200 mil leones, hoy quedan menos de 20 mil)
Nadie es de un lugar específico, ni de una raza, a menos que no sea del África Negra, que occidente ve con tanto prejuicio y hasta desprecio, donde se ha encontrado el origen de la evolución humana. Todos somos del mismo lugar: del “Planeta Azul” (71% cubierto de agua, solo 29% de tierra).
Nuestro país es un claro ejemplo de las migraciones, desde nuestros indígenas, aniquilados en apenas 40 años por los españoles. Somos una mezcla de colores, como un arcoíris. Los negros fueron traídos de África como esclavos después del genocidio contra nuestros ancestros. Lo mismo sucedió en otros lugares del continente, incluyendo Estados Unidos, “donde los negros cantan para olvidarse que nacieron con luto”, como escribió el poeta Manuel del Cabral.
Las fronteras que dividen naciones y seres humanos constituyen un absurdo, al igual que las guerras fratricidas entre humanos. (La explotación del hombre por el hombre mismo, como decía Marx)
Y si las fronteras constituyen una locura, los muros que separan países ricos de países pobres, es una ignominia.
Neruda aspiraba a un mundo donde ningún ser humano fuera rechazado, apresado, torturado y asesinado por sus ideas y el color de su piel o por el lugar donde nació. Martín Luther King tenía un sueño que fue destrozado en 1963 por las balas asesinas de los blancos. El líder negro aspiraba a que se respetaran los derechos de todos para vivir en paz.
(Nadie quiere irse del lugar donde nació. La migración moderna se produce por razones principalmente económicas y sociales. Pregúntenle a los dos millones de dominicanos que residen en otros países)
Predicar odio y venganza contra un pueblo indefenso, destruido por la pobreza y el hambre que azota su población, es inhumano. Pretender encerrar entre el mar y un muro de concreto a más de diez millones de seres humanos para que mueran y se pudran en un festín de sangre para los carroñeros, es una acción criminal hitleriana que ningún cristiano puede respaldar.
Las grandes potencias, que tienen una deuda con todas sus ex colonias, principalmente con Haití que fue la más rica de todas, deben buscarle una solución económica, social y política, con la ayuda, por supuesto, de los buenos y verdaderos dominicanos, sin prejuicios, sin odios y sin venganzas trogloditas del siglo 16.
Me pregunto, como lo hiciera Manuel del Cabral: “¿Quién enseño a esta América a cuidar más a las bestias que a los hombres?”