Siempre he visto con indiferencia a los papas. Esos purpurados nunca me han inspirado confianza y la razón está en las atrocidades que han permitido a lo largo de la historia contra aquellos individuos que los adversaron y que fueron perseguidos, asesinados, torturados o excomulgados.
El mejor ejemplo lo tenemos en el triste y recordado período de la Inquisición en la Edad Media (1220-1230), una época salpicada de sangre de personas que profesaban el ateísmo o eran acusadas de herejes, que cuestionaban, con un concepto controvertido o novedoso, ciertas creencias establecidas en una determinada religión.
Fue pues una institución judicial creada por el pontificado en la Edad Media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía.
En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado violencia y alteraciones del orden público.
La religión de la época nunca fue tolerante a las criticas de los hombres de ciencia que rebatieron el concepto cristiano respecto a la creación del universo. Cuando esta doctrina afirmaba hechos y éstos entraban en conflicto con la evidencia científica, entonces esta empezó a perder adeptos. Por eso fueron perseguidos, quemados y aniquilados científicos como Miguel Servet, por poner en duda el concepto de la Santísima Trinidad; Giordano Bruno, acusado de traición por creer que la tierra giraba alrededor del Sol y no a la inversa, como aseguraban determinados credos religiosos; y William Tyndale, por traducir la Biblia al inglés.
También fueron perseguidos científicos e investigadores como Copérnico, Kepler, Descartes y Martín Lutero ((1483-1546)). Este último fue un monje taciturno que fustigó a la Iglesia católica porque había perdido las referencias (credibilidad, palabras mías) sobre varias verdades que el cristianismo enseñaba en las Sagradas Escrituras.
El papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) está consciente de que todavía persisten escollos a lo interno de la Iglesia católica; se ha dado cuenta que ha perdido millones de seguidores debido, entre otras cosas, a la inconducta aberrante de algunos líderes religiosos (diáconos, sacerdotes, obispos y cardenales) acusados de pedofilia e incluso involucrados en asesinatos de menores abusados.
Es la tazón por la cual el Pontífice argentino clama desesperadamente a la humanidad, y en alta voz, "no mundanizar la Navidad" con el consumismo y el individualismo extremo e hizo un llamamiento a la generosidad para que las personas ayuden a los pobres en estas fechas.
Esta vez coincido con esos conceptos. Ciertamente, la Navidad ha sido arrabalizada y vista como una temporada para el derroche irrefrenable de dinero en bebidas alcohólicas, droga, artículos de lujos innecesarios, fiestas y otras francachelas. La realidad es que ya las iglesias no se llenan de feligreses como antes, han desaparecido los rezadores tradicionales y las reflexiones. “El ruido del consumismo y el triunfo de la humildad sobre la arrogancia, la sencillez sobre la abundancia", es lo que prevalece ahora, dice el soberano católico.
Y tal vez lo más relevante de su mensaje es cuando expresó que dentro de la Iglesia hay quienes se dedican a "apuñalar a sus hermanos y sembrar la discordia".
El prelado aprovechó una audiencia en el Vaticano para atacar los casos de abusos y también habló de quienes siembran "división y el desconcierto, personas que siempre encuentran justificaciones, incluso lógicas y espirituales, para seguir recorriendo sin obstáculos el camino de la perdición".
Admitió, sin embargo, que "esto no es nada nuevo en la historia de la Iglesia”, al citar a San Agustín hablando del trigo bueno y de la cizaña, cuando afirmaba: "¿Pensáis, hermanos, que la cizaña no sube a las cátedras episcopales?".
Desde que inició su pontificado, Francisco ha tenido la oposición del ala más conservadora y radical de la Iglesia católica. Se ha dado cuenta que a lo interno de esa entidad persisten intereses intocables que por tradición otros papas no han podido doblegar. Es plausible su esfuerzo por erradicar la corrupción y las manzanas podridas en el Vaticano, pero es una misión que le resultará imposible.
A lo interno del Vaticano hay teclas intocables y los pontífices que han intentado corregir los males, los obligan a renunciar o han muerto de repente por causas muy cuestionadas.